Hace un tiempín que me limito a recoger los últimos trabajos de Allen cuando buenamente puedo, sin el esfuerzo de ir a buscarlos al cine. Y reconozco que, los que he podido ir viendo, desde luego, son más que agradables, pero esa especie de rutina en la que Woody parecía haber caído me hacían recibirlos mentalmente como "una más de él", frenando así mi ánimo de pisar las salas de cine en la primera instancia, ya sabéis que la primera impresión es lo que cuenta y en las distancias cortas es donde se la juega el hombre. Pues eso.
Pero hete aquí que las campanas repican a nuevo material en este ya penúltimo título (bueno, penúltima película; la última existe pero lo que es título aún no tiene) de Woody Allen. Desde la distancia media de quien ya te atrae, poco a poco, hacia la sala donde se proyecta, parece llegar un aroma a profundidad, madurez, desarrollo y diferencia, algo que echaba de menos en los últimos Allen que he podido (o querido) ver. Los tiros parecen apuntar hacia ahí, hacia delitos y faltas muy bien orquestados, más que hacia granujas de medio pelo en finales made in Hollywood.
Y, claro, el propio realizador neoyorquino se encarga de alentarnos en esa dirección dándonos pequeñas pistas iniciales: esta vez no ruedo en Manhattan, sino en Londres. Y mis clásicos secundarios se quedan fuera de la convocatoria, esta vez conformaré una selección inglesa de grandísimos intérpretes. Diferencia. Más diferencia. Más interés.
Redondeando el interés, Allen acaba por encontrar la guinda para el pastel; toma reclamo al frente del plantel: Scarlett Johansson, joven (pero quien lo diría, por las tablas, por su look habitual), bella y rebosante de talento. Ella, como muchas y muchos, está encantada de poder trabajar para Allen; pero él se está frotando las manos de poder tenerla a sus órdenes, seguro.
P.D.: Por cierto, en ese último trabajo de Allen que aún no es último título, también cuenta con Scarlett Johansson.