Lars Von Trier nos ofrece dos vertientes claras en su filmografía: El genio y el provocador. El artista y el timador. Ha cultivado ambas facetas con idéntica pasión y esfuerzo. Y con talento, tanto para una como para otra.
No se le puede negar su potencial, su capacidad, su inteligencia, su gran mano, su gran sentido visual, su talento a la hora de manipular al espectador. Ha dado grandes obras al Cine. Pero tampoco se puede negar que nos ha tomado a todos el pelo cuando ha querido, en otros de sus títulos. Le encanta disfrazar sus apuestas de sesudas interrogantes pero, finalmente, reirse a la cara de quién llegaba buscando respuestas o queriendo aportar las suyas.
El creador del Dogma (inteligentísimo ejercicio de marketing) llega ahora con este Anticristo, que viste de respuesta a traumas personales y, especialmente, a un largo periodo depresivo. No nos fiemos. Admiro algunos de los títulos de Von Trier y admiro también muchas de sus capacidades, entre ellas su afiladísima inteligencia. Pero personalmente apuesto por que, esta vez, toca tongo. Von Trier nos la ha jugado y le imagino riéndose bien a gusto, en su casa.
Lo que sucede con Von Trier es que nunca se sabe. Y, claro, hay que verla, por si acaso. Porque... ¿y si resulta de las buenas? ¿Y si resulta una genialidad?