Claudia Piñeiro escribió una novela del mismo título que la película que presentó y sobre la que se basa el metraje, que tuvo mucho éxito y lo sigue teniendo (y más tras el film) pero que luego se haga una película, además de normal, a de ser un trabajo de consecuencia bien pensado. En este caso, mientras las páginas pueden resultar entretenidas y albergar ese espíritu curiosos de los personajes y su elitista existencia, puede que los fotogramas lo compongan de manera sosa y abierta.
¿Qué pretende el film? Jugar a ser una especia de comedia agria, a querer ser misterioso y divertido pero con educación a la vez es un juego peligroso que yo opino no le conviene a una película más entendida en su propio país, Argentina, representando a una clase social muy peliaguda que poseen como fauna autóctona, que en el resto del mundo, donde ni se juega al mismo rol ni se va a ganar riqueza, pienso yo, en los personajes.
Marcelo Pyñeiro, el de Kramchatka y El método, sabe dirigir, sabe hacer un audiovisual correcto e interesante, pero si no le secundan los diálogos y las situaciones, si no se traducen a un ritmo visual, el resultado final bajará mucho. En mi opinión es una película que juega a transmitir un ambiente, un clima, que no es capaz o que no va a conseguir transmitir. Ojalá me equivoque pero lo más probable es que la tibieza de los vecinos se nos traslade a nosotros al minuto veinticinco de película.
Desde aquí conocemos sobre todo a Juan Diego Botto, Ernesto Alterio y Leonardo Sbaraglia. Pero también están los buenos actores Adrián Navarro, Pablo Echarri, Ana Celentano o Gabriella Toscano, pero ellos, sin duda, no son el problema.