No empieza nada bien. Una escena
introductoria doblemente desaprovechada. 1: No tiene chispa ni
emoción, es un gris desfile militar con rutinarios tiroteos, cuando
podría haber sido una interesante escaramuza de acción. 2: La
aparición del gran Schwarzenegger no tiene la más mínima
fuerza, y esto ya es más grave.
No empieza nada bien porque uno ve que
esta aparición y la de Bruce Willis vuelven a ser cameos sólo
algo más amplios y que esto vuelve a ser un apestoso panfleto al gusto de la
derecha más rancia de la américa profunda, y nada más. Y cómo el guión es tan
malo que ni siquiera uno puede agarrarse a alguna línea de diálogo
ingeniosa o a algún giro interesante, el tedio empieza a ganar la
batalla. En el momento de mayor desesperación, con el muy odioso
personaje de Liam Hemsworth - el educadísimo y modosito
asesino militar, tan mono, que parece protagonizar una propaganda de
las fuerzas armadas americanas, y que protagoniza eternos monólogos
pesadísimos - llega Jean Claud Van Damme para reflotar la
película. Pone final, de golpe -de patada alta, claro- al tostón.
Se convierte en lo mejor de la película con un villano sobradísimo.
Después, la aparición de Chuck Norris nos regala el único
comentario ingenioso (la cobra) que obviamente no se les ha ocurrido
a los guionistas. El invencible por excelencia se pasa la película
con media sonrisa como si estuviera en un gag del Saturday Night
Live, en vez de en una peli de verdad (quizá sea el único
sensato después de todo).
Y para terminar, vuelven por sorpresa
para un gran climax intertextual, los dos grandes, Bruce Willis y
Schwarzenegger, para ponerse junto a Stallone a matar a todo
quisqui compartiendo plano, cual santísima trinidad del actioner. La
película, de qué va, a dónde va... todo da igual, ya tenemos lo
que queríamos, un evento cinematográfico a marcar en nuestra
memoria que compensa todo lo demás.
Esta vez sí, esperando la tercera
parte y rezando para que no caiga Nico Cage.