Era de esperar que el estreno de Zodiac favoreciera la decisión de realizar esta película, pero algo bien distinto es tener la vocación de ser un calco en planteamiento e intenciones de esta interesante película de David Fincher. No es la primera vez que ocurre, recordemos el calco defectuoso de Seven que fue aquella barata película con Christopher Lambert llamada Resurrection.
Mismo planteamiento. Se parte de una historia real irresoluta sobre unos crímenes de un asesino en serie, y se nos cuenta desde el punto de vista de quien los investiga envuelto en la obsesión. Aquí parece que el personaje protagonista, interpretado todo lo pésimamente que se puede por Eliza Dushku, ya viene obsesionada de casa. Rápidamente el terror japonés se cuela en su mente y empieza a descontrolar a un ritmo sonrojante.
Mismas intenciones. Al igual que Zodiac, pretende jugar con una historia real sin final, de la que no se puede ofrecer pruebas tangibles de la culpabilidad de nadie, y por lo tanto jugar a insinuar, a señalar culpables desde las formas cinematográficas en lugar de los hechos. Esto en la película de Fincher era todo una demostración de talento. Aquí es exagaradamente torpe. Se dispara en todas direcciones a lo loco, y para colmo se termina rizando el rizo, levantándose de la silla de ruedas un tipo que por lo visto finge incluso cuando habla por teléfono. Llamar tramposa a la película sería una condescendencia. Por supuesto todo queda en la duda de una locura para cerrar el guión sin problemas.
En cualquier caso, no es necesario compararla con una gran película para remarcar sus defectos. Es previsible, las interpretaciones son a cual más lamentable, la banda sonora es torpe y a veces insistente, muchos planos son forzadísimos buscando el componente artístico y en definitiva es una película que no cumple con ninguna expectativa. Rodada en tonos apagados y realistas y con una cámara inquieta, a la moda, no consigue ni de lejos el tono atmosférico que busca.
Un despropósito.