No me importa si una película es pretenciosa si esto lleva a algo, a la experimentación, hacia buscar nuevos límites cinematográficos. No es el caso. Es pretenciosa y pedante sin justificación alguna. Y lo peor de todo, es aburrida.
Su protagonista, David Strathairn, defrauda con una interpretación completamente irregular (con momentos buenos, eso sí, pero con otros gestos absurdos intolerables).
Su pretendida rabiosa independencia se convierte en dependencia al convertirse en un cúmulo de copias a las películas que claramente admira. Sólo quiero pensar que es algo inconsciente. Otros también copian, pero al menos lo hacen bien.
La prensa, aquí en el festival, huía a marchas forzadas, y con razón, la película era soporífera y tan sólo de tanto en tanto atendíamos a una escena interesante. El ritmo era insufriblemente lento sin necesidad alguna. Ver como abre su carro, lo prepara, lo cierra...
Este director, Aaron J. Wiederspahn, tiene muy claro lo que le gusta y lo que busca. Yo tengo muy claro que no lo ha encontrado. O quizá sí, en ese caso no sólo peca de falta de talento sino también de mal gusto.
Introduce esas escenas en blanco y negro desenfocado que están fuera de todo orden, aparte de forzadamente distintas. Luego nos cuenta retazos de historias sin llegar a provocar el interés de ninguna. Y sobre todo, incluye esas pantallas de PowerPoint a modo de inicio de capítulo que me hacen rechinar las muelas. Continuas citas literarias (ya que como he dicho, lo que hace este tipo es copiar) y voz en off completamente pedante, con la sutilidad de un martillo neumático.
Por si fuera poco dura más de dos horas.