Sin duda alguna este título nos puede recordar a Los puentes de Madison, esa cinta dónde Clint Eastwood se ponía romántico para narrarnos una historia de amor en la madurez. Pero lejos de la casi perfección que gozaba aquel relato se encontrará este título que ahondará seguro en momentos más hipnóticos, que matizará pequeños detalles y que ahondará más en la contradicción de los sentimientos. En definitiva, será un film profundo pero lento, dónde se precisará de paciencia y pasividad para degustar lo que se nos ofrezca, que seguro será una experiencia deliciosa, pero solo apta para unos pocos.
Su director es el francés Stephane Brizé. Es su cuarto largometraje, de los cuales No estoy hecho para ser amado es el más conocido por estos lares ya que participó en el Festival de San Sebastián. Él mismo adaptó la novela homónima de Eric Holder, por lo que se presenta ya de por sí como un proyecto muy personal del realizador. Eso le hace crecer a mis ojos.
Otro de los motivos que incrementa mi curiosidad es la elección de los protagonistas. Es más que curioso que la pareja principal de la trama Vicent Lindon y Sandrine Kiberlain, esté formada por lo que fue una pareja en la vida real en el pasado. La química tiene que ser inevitable que se muestre fluida, tanto en los momentos más cálidos como en los tensos.
Cine francés saturado de sentimientos, pero no cursi, si no más bien todo lo contrario, narrado con la naturalidad suficiente para hacerla creíble. Y nadie dijo que la vida real no sea tediosa a veces.