Hirokazu Kore-Eda es uno de los directores japoneses más afamados del momento. A su prolífica carrera como documentalista y productor hay que añadir películas como Alter life, Hana o la aplaudida Dare mo shiranai. Aunque haya practicado géneros tan dispares como el fantástico, las películas de samuráis o el docu-drama, lo cierto es que todas sus obras beben de unas mismas fuentes filosóficas, como pueden ser el estudio del paso del tiempo o la asunción de la muerte. Pero aunque las comparaciones son odiosas, seguramente más de un lector avispado se preguntará por qué guardando esta película tantas similitudes con la también nipona Tokyo Sonata le otorgo más valor que a la de su compatriota Kiyoshi Kurosawa.
Para empezar, Kore-Eda es un director muy versátil, aún insistiendo en que sus películas giran en torno a unas mismas temáticas. Al parecer, sobre Still Walking planea en todo momento la sombra de una de las obras capitales de la cinematografía moderna japonesa como es Tokyo Monogatari, aunque a fecha de hoy las referencias a Yasujiro Ozu se antojen demasiado lejanas. Otro punto a favor de la película lo encontramos en los actores. No solo es que se trate de buenos profesionales, sino que la especialidad de Kore-Eda consiste precisamente en sacar lo mejor de ellos, consiguiendo interpretaciones muy naturales. Atentos pues a Kirin Kiki, Hiroshi Abe, Haruko Kato y sobre todo a un grande del cine japonés como es Yoshio Harada. Pero si algo me convence de esta película es cierta visión amable de las cosas. No cabe duda de que en manos de este director un rencuentro familiar no puede contemplarse desde la indiferencia.