Crítica de la película Diamante de sangre (Blood Diamond) por Iñaki Ortiz

Definitivamente no ha sido original. El final, como escribía en la precrítica estaba anunciado y una vez visto el personaje de Leonardo Dicaprio, que pedía a gritos redención, no podía acabar de otra manera. ¿Concesiones? Todas. Esquema, el habitual. Una banda sonora con comienzo y final de acción boba con percusión rimbombante. Y, sin embargo, me ha gustado, y me ha gustado más de lo que esperaba.

Para empezar porque en ningún momento ha perdido la conciencia de entretenimiento, por encima de toda la temática social ha sabido mantener el interés, lo cual también era de esperar, pero lo ha hecho mejor de lo previsto. Quizá lo más interesante es lo poco que se ha cortado a la hora de presentar la violencia que no olvidemos que, aunque esto dista mucho de ser un documental, nos remite a una situación real. No ha dudado en ofrecernos contundencia a la hora de hablarnos de los niños soldado. La valentía de Edward Zwick en este sentido hace que uno se olvide un poco de la convencionalidad general. Bravo por toda la crudeza que cubre la película.

La factura ha sido la esperada. Sin deslumbrar pero con elegancia. Una buena banda sonora salvo los arrebatos comerciales que he comentado y una fotografía que aprovecha la tierra roja de África.

Los tres protagonistas están francamente bien, impecables. Los personajes son interesantes. Estereotipos, sí, pero bien engarzados. En una trama tan aferrada al drama y a la situación social es gratificante poder tener un duro de los de antes, de los que ocultan sus sentimientos y muestran su chulería para sobrevivir entre traficantes y militares. Un aventurero a la usanza de las viejas películas, un Bogart pero en guapo. Alguien que no pierde la calma en un tiroteo. Unirlo a las motivaciones directas de un padre y a las intenciones solidarias de una periodista hace de ellos un trío perfecto para embarcarse en una aventura. Una vez más peca de visto mil veces, pero está bien hecho.

Buenos momentos de tensión y dramáticos, como esa bella escena entre padre e hijo, esa desprogramación de un cerebro lavado a partir de evocaciones de pequeños recuerdos.

Lástima que lo que debiera haber sido el final, el avión alejándose, no lo fue y tuvimos que asistir a una serie de escenas de esperanza innecesaria que podrían haber sido suplidas por un par de textos explicativos finales más.