Tras tres años de silencio vuelve Stephen Frears, uno de los directores ingleses más importantes de las últimas dos décadas. Su anterior film fue el finísimo retrato La reina, un auténtico éxito, y una película que conforme pasa el tiempo, más aprecio le cojo.
Con La reina demostró que volvía el mejor Frears, un tanto desdibujado en Mrs. Henderson presenta y en Negocios ocultos. Un director que deslumbró al mundo entero con la magnífica adaptación de Las amistades peligrosas y que firmó dos buenas películas con Café irlandés y Alta fidelidad.
Precisamente, esta película supone un regreso, no sólo al cine por parte de Frears, sino a la película que lo encumbró, al ambiente de Las amistades peligrosas. Para ello recupera a Michelle Pfeiffer, que aparecerá absolutamente deslumbrante, cautivando tanto al protagonista como a nosotros. Sostendrá el film y superará a su partenaire, Rupert Friend, que está claro que no es John Malkovich. Cierra el triángulo de protagonistas, Kathy Bates, una pedazo actriz que siempre da buenos resultados, aunque yo nunca he podido dejar de imaginármela en Misery cada vez que la veo.
En el guión, Frears vuelve a contar con Christopher Hampton, para adaptar la novela de Colette. Hampton hizo un magnífico trabajo con Expiación, que suma a su buena adaptación de El americano impasible.
La banda sonora correrá a cargo de Alexander Desplat, un compositor fantástico que ya trabajó con Frears en La reina y que hace poco lo hemos podido escuchar en El curioso caso de Benjamin Button.
Una película que resultará deliciosa en cuanto a su ambientación, su vestuario y su dirección artística, pero que quizá falle a la hora de desarrollar plenamente la trama. Viviremos de escenas más que de un conjunto que brille por encima.
Pese a ello, una buena película que no me quiero perder.