Bahman Ghobadi, el director, ganó en Donosti la concha de oro hace dos años por “Las tortugas también vuelan”. Aquella era una historia dura que relataba las peripecias de algunos niños Kurdos durante la caída de Saddam Hussein. Sí, suena a ladrillo, lo sé, pero sorprendentemente se trataba de una película muy llevadera, que fuera del valor de su mensaje también tenía valores cinematográficos, aunque la tónica estuviera en lo primero.
Pues bien, ahora nos trae otra película, quizá con la esperanza de ganar de nuevo. Una vez más la ambientación ronda la caída del régimen. Esta vez no se trata de niños recogiendo minas antipersonales sino de un admirado músico kurdo, con un trasfondo de grito de libertad más que claro.
Chupar del bote. Me temo que la intención de Ghobadi es chupar del bote. Algo así como lo que ha intentado sin demasiado tino Benigni con su “El tigre y la nieve” intentando recuperar el éxito de “La vida es bella”. Sería terrible que lo que en la primera película suponía un retrato fresco aunque duro se convierta en una mecanización de los puntos fuertes que le han ganado el favor del público.
O simplemente no sabe hacer otra cosa. Lo que tampoco es demasiado bueno. O simplemente se quiere tomar un par de películas para hablar de lo que para él y para los suyos ha sido un acontecimiento crucial y reciente. Esto ya sería otra cosa.
De momento, con el tiento de quien entrevé una película que no llegará a aburrir y con un contenido de valor ético e histórico, no voy a azotar demasiado, pero como salga del festival con la sensación de que me han vendido dos veces el mismo pescado seré implacable.