Sylvester Stallone quiere resurgir de sus cenizas y, para hacerlo, presenta un plan doble de irse por las patas abajo: Otra de Rocky y otra de Rambo. Esta última no sé muy bien por dónde andará, ni siquiera si al final se hará realidad o no (yo espero que no), pero la de Rocky ya está aquí. Y como si la edad le confiriese un plus de respetabilidad, ahora no es Rocky 6, no, es Rocky Balboa.
Pero, qué coño. Ahora todos nos reímos mucho de Stallone. Y es que, las cosas como son. Ha sido muy malo. Malísimo. Insuperablemente malo. Hasta decir basta. Hasta decir ¡váyase, señor Stallone! Pero aquel Rocky primero tampoco era una porquería. Yo reconozco que la recuerdo muy vagamente, pero sí recuerdo nítidamente que nuestro amigo Sylvester supo, por aquella película, lo que es estar nominado al Óscar. (Parece que los chicos de la Academia no demostraron buen ojo a largo plazo...)
Lo que tenía aquel Rocky era una querencia a la calle, a esas callejas de barrio pobre, a esa dignidad de los que solo tienen eso, precisamente: dignidad, y dos puños para dar hostias como panes. Aquel Rocky tenía su miga. Los demás son basura.
Pero Stallone pelea por resucitar, pelea escribiendo, dirigiendo y protagonizando, y si por un casual ha tenido un pequeño segundo de lucidez, quizás haya buscado ese primer estilo, ese primer Rocky. Es un viejo perdedor; vamos a darle esa oportunidad por la que lucha.