El cine y la política siempre han ido unidos de la mano. En el marco actual, en el que el discurso político cinematográfico pasa por los inevitables conflictos bélicos del momento, un director ha decidido volver la vista hacia nuestra vieja Europa para plantearnos una serie de preguntas de plena actualidad. ¿Qué pasaría si el Estado diera una vuelta de tuerca a sus poderes como institución que vela por el bienestar de los ciudadanos? ¿Qué sería de nosotros si tuviéramos que pasar por el mismo rasero que aplicamos a nuestros inmigrantes? Esa es la idea de la que surge esta comedia negra ambientada en un futuro inmediato en el que todos aquellos que no aportan nada a la sociedad deben ser eliminados a la fuerza. Se trata de una película coral que, poco a poco, se va desinflando y desaprovecha muchas de esas premisas iniciales pero que no obstante contiene algunos elementos de interés. Durante todo su metraje, nos encerraremos junto a un grupo de parias sociales en las horas previas a su examen y posible ejecución si no superan los baremos requeridos.
Es inevitable empezar hablando de los personajes. Los diferentes actores sostienen con sus papeles gran parte de la historia. Todos ellos realizan una buena labor, pero el más carismático es sin duda el del militar que interpreta Søren Pilmark. El resto de integrantes de esta comedia coral cumplen a la perfección, aunque algunos de ellos son más explotados que otros, como es el caso de la anciana de la silla de ruedas o el matrimonio propietario de un bar de alterne, frente a la segunda de las chicas jóvenes. Hay que mencionar la curiosa banda sonora, compuesta por diversos ritmos africanos, un elemento sonoro que termina por aportar una dosis de surrealismo extra al conjunto. Es una lástima que ese surrealismo no termine de explotar y la película tienda más al discurso aleccionador sobre el Estado del bienestar y la inmigración en los países desarrollados. Lo cierto es que sobra mucho de ese supuesto mensaje, del que además no se extraen conclusiones importantes.
El gran problema de How to get rid of the others radica en el uso de un humor demasiado afincado en el plano del diálogo. Tras tanta conversación y vuelta de tuerca a los personajes se echa de menos algún gag visual como el que da inicio al film. Pero donde la película de Anders Rønnow Klarlund no termina de convencer es en su vocación de sátira política. En efecto, a imagen y semejanza de obras literarias como Vernon Dios Litlle, de DBC Pierre, asistimos a una desfiguración de la propia sociedad, en la que ésta aparece retratada bajo un prisma en el que se alternan el humor más negro con la denuncia social. En esta segunda visión, la desfachatez del mensaje, demasiado claro y evidente, no consigue que el film sea algo más que la gamberrada que, de hecho, es. Bien pensado, en ninguna de sus dos vertientes termina de triunfar.
Poco a poco, el film se pierde y el truco final del suicidio colectivo, esa autentica imagen del esperpento, no consigue remediar el balance final. How to get rid of the others es una película justita, con unas intenciones claras e interesantes pero que no termina de aprovechar al máximo su punto de arranque. Su desarrollo de personajes es demasiado pesado y exige del espectador una cierta atención, aunque contiene momentos de inestimable calidad, como la primera de las entrevistas o el personaje del senador. Estas son las escasas bazas de la, en mi opinión injusta, vencedora de la última edición de La Semana Fantástico y de Terror de San Sebastián y su colega bilbaína. ¡Vivir para ver!