Crítica de la película El Luchador por William Munny

Puede que este director se nutra poco a poco de enormes reflejos de ser humano, tocando poco a poco los géneros como si los poseyera con varita mágica, con pincel de brocha fina que al darle la vuelta se convierte en gorda. Es capaz y muy capaz de mover la cámara, de demostrar, pero no quiere, prefiere centrarse en los personajes y darles el talento que el guión les marca. No es casualidad que se haga cargo de guiones poco convencionales o al menos desarrollados, y todo por mostrar al ser humano, su poesía y su hedor.

En este luchador podemos saciarnos de realidad sencilla, sin reirse ni obligar a sentirse mal por su héroe resurgido de rostro hundido, ni siquiera haciendo fea  a la mujer que representa el futuro de un ser humano dominante que se ahoga en su propio sistema por un puñado de dólares. Los muestra tal y como, sin darles casi la oportunidad de hacerse sentir especial, para que cuando el amor, el dolor, y el pasado se concilian por fin, incluso entonces, les cueste seguir adelante, porque esto es lo que pasa a miles y miles de personas, esto es lo que puede nos esté pasando ahora mismo, y no nos demos cuenta, también puede ser que nos llegue a pasar. En aquel país de las oportunidades esto es mucho más fácil.

Así, tenemos una joya de la corona, con interpretaciones sencillamente idóneas, más allá de su talento por su conexión y puesta en escena, insisto en el mérito de Marisa Tomei por encima de un Mickey Rourke que sabe que no tiene que hacer demasiado por imitar, conocedor de las letras de su guión de diálogos. Golpea ella más y él menos, físicamente al revés, ambos lloran con las palabras, ambos se muestran agarrados a un cobijo transparente que utilizan para continuar pero sin fe. Cuando la encuentran, tampoco por ello son especiales, condenados, caen en el fracaso de nuevo. La mano que ese luchador axfisiado se lleva al corazón es un perdón a sí mismo, a lo que pudiera ser y al espectador, dejando bien claro que no ve remedio, que ya no le importa, que tampoco el amor es suficiente para ser feliz en un mundo que no quiere que lo seas.