´Lost in translation´ parece querer reencontrarnos con alguna de esas vírgenes suicidas, quizás una que no se suicidara, Kirsten Dunst revivida, resignada y reconvertida (igual de pálida, más estilizada, con labios más carnosos) en Scarlett Johannson. He de confesar que mi primer encuentro en una sala de cine con esta interesante muchacha no fue muy satisfactorio: La aborrecí en ´El hombre que susurraba a los caballos´, si bien es cierto que ni el personaje (realmente odioso y –justificadamente– antipático durante gran parte del metraje) ni la película (personalmente me parece aburrida y previsible) le ayudaron. Luego llegaron los Coen, porque los Coen siempre que llegan lo hacen con sorpresas, y tuve que cerrar el pico y admitir que, durante los poquitos minutos que Scarlett salía en pantalla, el grado de fascinación era notable. Esta vez sí ayudó el personaje (una Lolita disfrazada de buena hija, educada y adorable, en esa película marciana que es ´El hombre que nunca estuvo allí´). Ahora, como si Scarlett hubiese podido ser la sexta hermana Lizbon de ´Las vírgenes suicidas´ (¡qué película tan hipnótica, tan seductora!), la única que hubiese desechado el suicidio, se nos aparece absorbida por la vida, las costumbres; perdida en una ciudad extraña por lejana, por distinta, por excluyente; en simple viaje de comparsa, pasiva acompañante de su marido en viaje de trabajo. Tan fuera de lugar como Bill Murray.
Sofia Coppola parece querer seguir siendo la retratista de la desorientación y la crisis, la poetisa de la fascinación desde la distancia, de la seducción etérea. Una artista joven, con la fuerza sugestiva y magnética que confiere esa juventud, pero a su vez todavía con pequeñas e irregulares aristas que nos recuerdan, aún cegados por el brillo de la película, que todavía es una piedra por tallar.
Que no se estropee por el camino…