Un profeta contiene
dos películas en una. Por un lado es una película social, sobre la cruda
realidad de la cárcel, sobre la perra vida de raterillos sin futuro, sobre la
situación de las diferentes etnias y grupos en los bajos fondos franceses. Por
otro lado, también es una película de mafia, de ascenso de un pobrezuelo
delincuente al estilo de El padrino II,
de estrategia e inteligencia. Ambas funcionan de forma impecable con un guión
afinadísimo y una gran ambientación e interpretaciones.
Quizá su faceta más social, la que se desenvuelve
principalmente en la primera mitad de la película, sea la más interesante
debido a su carga dramática y a la profundidad de los personajes. El momento
más intenso de la película se produce cuando Malik debe afrontar su primer
asesinato, con ese plano escalofriante de la gota de sangre cayendo por la
comisura de los labios de un forzado asesino. Aquí todavía el personaje es un
pobre desgraciado, navajero de poca monta, en su primera visita a la cárcel de
los mayores. La tensión que había ido creciendo con la huída sin salida del
protagonista explota en ese punto. Para ello es necesario encontrarnos con ese
personaje creíble, en una situación y entorno hiperrealistas. Un protagonista árabe
que no cae en ningún cliché habitual, ni el de malvado villano, ni el de
santurrón de beatas costumbres. Es un hijo de su realidad, de lo que le ha
tocado vivir y el espectador puede comprender sus actos sin necesidad de
justificarlos. Audiard crea una
imagen claustrofóbica y repleta de suspense en esa cárcel, que más adelante
subrayará con la libertad del vuelo en avión o los pies en la orilla del mar,
imágenes contundentes.
Por otro lado, el ascenso, con no demasiada violencia y
mucha estrategia. La inteligencia del personaje, de bajar la cabeza y tragar,
para terminar triunfando frente a su dueño, recuerda a una película mucho menos
cruda, Cadena perpetua. Una vez más,
aquí se cuida la credibilidad, no es suficiente con algún plan rocambolesco imposible
para conseguir el objetivo. No, el ascenso de Malik se desarrolla poco a poco,
con descaro, valentía e inteligencia, pero sin artificiosos derroches ni
finales de esplendor. Sus movimientos son creíbles. Aunque en esta parte de la
película la carga de suspense y dramatismo es menor, se disfruta su
inteligencia y el desarrollo del funcionamiento de los diferentes mecanismos
mafiosos en la Francia actual. El final, con esos 50 francos arrugados y cuatro
porquerías en la caja, frente a la escolta de tres vehículos es impecablemente
descriptivo.
Excelente interpretación de unos actores que en ningún caso
parecen de cartón piedra, especialmente el protagonista Tahar Rahim, y el mafioso corso Niels Arestrup. Aunque todo el reparto es perfectamente creíble. El
ambiente de la cárcel, las paredes, el patio, todo es nuevo y real, ya que,
como ocurría con Celda 211, no se ha
copiado absurdamente el modelo americano, que aquí no tendría sentido, sino que
se ha sabido adaptar el género a nuestra realidad. Excelente trabajo del que
uno sale del cine con la sensación satisfactoria de haber visto una buen cine.