¿Quién es Séraphine? La pregunta del millón. Creo que esta pregunta tiene más de una respuesta. Seguramente después del visionado atento de esta película. Es un título directo, sencillo. Yo diría que muy intimista. Ah, claro, es que es una peli francesa. Por ahí debería empezar. Y es que lo que viene de Francia lo recibo con mucho gusto. Al igual que su cocina, su cine es de verdadera factura, exquisito, chapeau. No debería importarnos que Martin Provost ( El vientre de Juliette) sea un director sin demasiada trayectoria, pues lo importante es hacelo bien. Me importa, sin embargo, quién encarnará el papel de la protagonista de la cinta. Se trata de Yolande Moreau, a quien hemos visto recientemente en el Festival de San Sebastián de 2008 en la película Louise-Michel. Para los que tengan buena memoria se trata de la señora que le invitaba a Amelie a una copita de Oporto mientras le contaba su vida. Gran momento por cierto. Quizás aquí no sea de lo más conocido de Francia pero su estética francesa ofrecen al espectador la cara del anonimato, esa cara que refleja lo que un espejo, a uno mismo, ni más ni menos.
Partiendo de esa filosofía del anonimato, Séraphine puede ser todo lo que el espectador quiera que sea. Se trata de esas películas que te pueden sorprender y en el peor de los casos no defraudará, porque nunca esperamos demasiado.
Le acompaña Ulrich Tukur, ese actor alemán también conocido por los que tienen buena memoria y se acuerdan de que participó en la oscarizada La Vida de los Otros. Grandísimo papel de hombre sin escrúpulos.
Este es un estreno sin adornos, sin complejos, que no promete ser mejor que otra pero que probablemente emocionará a muchos. ¿Por qué? Porque las historias anónimas son al fin y al cabo lo que nos gusta, porque nos encanta vernos reflejados en la gran pantalla. Y que el cine logre hacernos más humanos es hacer de Séraphine el ídolo de los que caminan sin hacer mucho ruido pero con paso firme.