Mis malos presagios para con este cuarto trabajo de San Mendes, se iban disipando ya casi desde la primera escena, en la carretera. A diferencia de sus anteriores títulos, no recurre demasiado a la lírica explícita, no hay imágenes bellas por sí mismas, y se centra casi por completo en los dos personajes protagonistas, tanto que muchas veces la cámara se los come, acercándose mucho, temblorosa, sintiéndolos aquí y ahora. Roger Deakins, ha vuelto a conseguir una fotografía muy fina, pero sin alardes. Nada puede eclipsar una mirada de los actores, o un gesto, o un pensamiento.
El tema de la película no es nuevo, de hecho, la novela en la que se basa es de los 60. Sin embargo, el concepto sigue absolutamente vigente hoy en día. El concepto, o quizá mejor dicho, los conceptos.
Es revitalizador, que de vez en cuando, el arte, en este caso el cine, nos recuerde de la existencia de ese "París", y que no es una cuestión necesariamente obligatoria la de adaptarse a la maquinaria social. Está claro, en cualquier caso, que París también necesita su París, pero el destino, como siempre, es muchísimo menos importante que el camino. Aunque la historia trata también sobre la posición de la mujer en los 50, con las consiguientes injusticias sociales, la idea va más allá, hacia una persona más genérica, una persona incapaz de conseguir que se cumplan sus sueños de escapar de su matrix particular, y por esta razón, la historia, hoy en día, funciona perfectamente.
Por supuesto, los dos protagonistas están impecables. Son dos grandes profesionales, pero en esta ocasión están mejor que nunca. El personaje de Leonardo DiCaprio es especialmente complejo. Primero por su marcado egoísmo y su "pico de oro" manipulador que no siempre se muestran abiertamente. Prácticamente en cada participación suya, su personaje no miente pero tampoco es sincero. Usa argumentos apropiados, razonables en favor de su punto de vista, pero siempre propiciado por otras motivaciones bien distintas que quiere mantener ocultas. El actor, está tremendo en los momentos en los que está apunto de estallar, como la última comida con el loco. Un intérprete que crece en cada trabajo que hace. Kate Winslet, en su rol preferido, la mujer idealista con las ideas claras y con el valor de hacerlas realidad, está estupenda, intensa, emocional.
Los personajes secundarios, así como sus intérpretes también son también muy interesantes. Principalmente, el supuesto loco, que expresa con las ideas excepcionalmente claras, el punto de vista menos atado a las convenciones sociales. Sirve como contraposición a ese jefe que le ofrece el puesto, interesante por otro lado, que le mantendrá como una pieza más del sistema. Lo mejor de la película es que se entienden tanto las motivaciones en un sentido (sentirse especial, sentirse humano, diferente, realizarse) como en el otro (el miedo, la oportunidad, la inseguridad, la comodidad), haciendo que incluso el personaje de él, su actitud, se puedan comprender.
Frases cruciales. "Me alegro de no ser ese niño", o "Saber lo que tienes, saber lo que necesitas, saber de qué puedes prescindir: eso es control de existencias". Una película sobre esos lazos invisibles que nos atan con fuerza a nuestra vida, y que aunque aparentemente podría decirse que son fáciles de romper, resulta en la práctica poco más que imposible. Una película, que no pierde el tiempo en explicaciones innecesarias y que afina admirablemente en el interior de estos dos personajes. Menos ostentosa que American Beauty, pero posiblemente más certera.