Quizá sea estúpido decir que Escondidos en Brujas ha sido una grata sorpresa cuando ya en la precrítica la puntúo con cuatro estrellas. Pero en cierto modo sí lo ha sido: Esperaba una película de mafiosos, en territorio europeo-continental, con actores británicos, factura barata pero cariñosa, bien trazada y un cierto sentido del humor. Pero quizá no esperaba una película tranquila, muy confiada en su ritmo pausado pero seguro, muy ajena a las corrientes actuales del género (se me ocurren nombres como, por ejemplo, el de Guy Ritchie, situado en el polo más opuesto y frenético) y, sobre todo, con un desbordado, sanísimo y delicioso sentido del humor, en ocasiones incluso naïf.
De nuevo, un sentido del humor también radicalmente diferente a lo que suele verse en este tipo de películas. Y que nadie se engañe: cuando la película necesita sangre, tiros, la violencia justa, la ofrece. Pero Martin McDonagh, su guionista y realizador, no está haciendo un thriller vertiginoso y mareante, tampoco una comedia negra al uso. ¿Qué ha hecho pues? No sabría decirlo: quizá un film de gangsters con aroma clásico pero renovado por un revitalizante sentido del humor naïf, a ratos absurdo, a ratos cariñoso. Y, por debajo de ese tono tan sano, con una sabrosa carga de ironía.
Es ese espíritu el que convierte a Escondidos en Brujas en una apuesta diferente, en una opción muy a tener en cuenta en nuestra cartelera. McDonagh busca eso, y no se complica demasiado con la trama criminal, sencilla, lineal y directa. El interés no está ahí, y prefiere tomarse su tiempo en ir construyendo la relación entre sus protagonistas, enriqueciendo algunos momentos con un par de secundarios interesantes (como el hilarante enano racista), o presentando poco a poco el personaje de Ralph Fiennes vía telefónica, hasta que su presencia se hace inevitable.
Sobre los actores, qué decir: Brendan Gleeson está perfectísimo en su rol de hombre tranquilo, de asesino mentor. Su ancha presencia y su mirada afable enriquecen no sólo a su personaje si no a toda la película. Colin Farrell, por su parte, ha dado con un matiz cómico que es el adecuado, quizá el tono exacto con el que debe afrontarse ese papel de matón simplón y con remordimientos. Un chico encantador a pesar de su violento y amoral oficio. Farrel es un tipo interesante pero que, en alguna que otra ocasión se pierde en papeles que quizá no le vayan demasiado. Aquí, a priori, podríamos pensar que tampoco está en su habitat natural; sin embargo el resultado final es de nota. Está realmente bien.
Y luego aparece Fiennes, ese tipo que se sabe tan poderoso que no tiene problema en pasarse veinte vueltas, como aquí. McDonagh quería un tipo de aspecto impresionante, que diera miedo, y en su debut en el largo quizá no haya sabido frenar un poquito a Fiennes, que ha convertido su rostro en una máscara de rabia perruna enloquecida. Tampoco está demasiado fuera de lugar, dentro del tono de la película, pero es innegable que al amigo Ralph nadie le puso el freno durante el rodaje.
En resumen, una película con un aroma muy distinto a todo lo que tenemos ahora en cartelera. Y un guionista/director a tener en cuenta.