Tanto Planet Terror como Death Proof estaban montadas para disfrutarse en sólo una hora. El hecho de estrenarlas por separado nos obliga a tener que sufrirlas con escenas añadidas que uno casi puede señalar con el dedo: desde aquí hasta ahí, eso no estaba en la original, seguro. Y es que se nota. Donde todo estaba listo para meter un diálogo made in Tarantino, ahora hay que sufrir 20 minutos con cuatro eternos diálogos seguidos. Y como este detalle, muchos más. Pero es lo que tiene Tío Dólar, que mete mano hasta en fiestas donde nadie le había invitado.
Uno:
Planet Terror no aburre, pero es extremadamente vulgar. Robert Rodriguez apenas ofrece nada especial, más allá de ser capaz en su primer tramo de dar con un buen planteamiento de la situación y con dos o tres buenas soluciones formales. Pero a estas alturas Rodriguez empieza a ser ese tipo que, cuando ya ha llevado una escena al límite, la soluciona a base de explosiones, de maquillaje gore, de sangre y de vísceras. Ya no le pido sutileza, pero tampoco veo originalidad, capacidad de sorprender o ese atisbo de potente imaginación que creímos ver muchos en El Mariachi.
Aún así, su héroe 100% carpenteriano, las dos escuetas apariciones de Bruce Willis (salvo la resolución de su personaje, ¡nauseabunda!) y un par de detalles más hacen que la hora y media se pase volando. Algo que, teniendo en cuenta lo que estamos viendo, ni tan mal.
En fin, poquita cosa, y para colmo se queda muy muy lejos de lo que era su gran pretensión: Ser un homenaje al cine de zombies barato de los 70, filmado con sus mismas armas. Y eso aquí no está. Por ningún lado.
Dos:
Todo lo contrario ocurre con Death Proof. La peli de Quentin Tarantino es justo lo que quería ser: Un calco mimético pero crecido en su propio carácter de "homenaje desde dentro" de los filmes de serial killers al volante. Muchas de esas películas las citan incluso los personajes en los interminables y numerosísimos diálogos que trufan la película.
Estos diálogos, curiosamente, son el gran problema de Death proof. La cinta se divide en dos partes: El cazador, en la primera, y el cazador cazado, en la segunda. Tarantino no tiene problema alguno en atiborrarnos a metraje hablado, dialogado y estático, en ese arranque. ¿Se pasa? Desde luego. ¿Molesta? No tanto, uno le pide a ratos que avance ya, pero al final Tarantino sabe llevarte a esta o aquella situación graciosa, a esta o aquella risotada o, incluso -es innegable-, a este o aquel culo.
Además, en esa larguísima primera escena (tras la introducción de cháchara y blablablá en el coche) pronto aparece en escena Kurt Russell (grandísimo Kurt Russell) y todo va tomando sentido, poco a poco. Muy poco a poco. Pero se lleva más o menos bien. Y enseguida llega la persecución, la carretera y la mejor escena de las dos películas: el choque frontal. ¡Qué secuencia! Por cosas como ésta es por lo que hay que pedirle a Tarantino que se calme y nos dé mejor cine: porque es muy bueno. Pero es que muy muy bueno.
Y luego, el gran problema: El esquema se repite solo que para ver al cazador cazado. De nuevo nos presentan a varias mujercitas que gustan de decirnos lo mucho que les mola manejar a los tíos, jugar con ellos pero no follárselos y tenerlos bien controlados, y blablablá ratatá. Muy bien. Lástima que, Quentin, ya nos lo hayas contado de mil maneras en la primera media hora de película.
Aquí, ahora, ya sabemos quién es Especialista Mike (-¿Te llamas así? -Preguntáselo a Warren. -Warren, ¿quién es este tipo? -El Especialista Mike. -¿Y por qué se llama así? -Porque es especialista. ¡Impagable, adoro a Tarantino en estos momentos!). Y ya sabemos, perfectamente, por dónde va a ir la cosa. Y no nos interesa lo que estas cuatro mujercitas piensen o hagan. Vale que a ratos, de nuevo, me hagas reir. Y vale que Zoe Bell, la doble de Uma Thurman en Kill Bill, es todo un descubrimiento a pesar de su extraño doblaje. Pero eso no justifica otros 20 minutos de... nada.
Pero todo pasa, y por fin llega el juego del Mástil de Barco. Tan molón que me parece un buen abrir de boca para la escena final. Lástima que ésta luego ya no sea tan brillante como el choque frontal con el que cerraba la primera parte de la película. Pero era difícil, las cosas como son. Y, a fin de cuentas, Tarantino quería hacer lo que quería hacer, y con esas premisas se puede hacer... como mucho esto.
Eso sí, al terminar de verla me ha entrado curiosidad por verla en su metraje original, de una hora. Seguramente más perfecto e idóneo a su naturaleza. Curiosidad que, por cierto, no tengo con Planet Terror. Por algo será.