En los inicios de su carrera profesional, Ridley Scott sorprendió al mundo con Alien, un prodigio de pulso narrativo y una master class de eso que se ha dado en llamar "atmósfera". Luego vino Blade Runner, confirmación y obra cumbre en su filmografía -si bien me quedo con la anterior. Dos joyas.
Tras estos trabajos, Scott falleció en un misterioso accidente de aviación y su primo Ronald Scott se apropió de su personalidad para trazar una filmografía errática que alterna trabajillos de encargo medianamente aceptables y auténticos petardos.
Es Ronald, pues, quien firma esta Prometheus que, en el colmo del despropósito, es incluso capaz de coger su mayor mérito (David, el robot al que interpreta maravillosamente Fassbender) y acabar por ridiculizarlo y, sobre todo, conseguir que uno se asquee: Porque una cosa es tener un cyborg en la expedición y otra utilizarlo de llave maestra para toda puerta, cerradura, mapa, sistema de navegación o lo que al guionista le salga de los huevos, amén de traductor de absolutamente cualquier idioma que pulule por el Universo.
Una pena, porque los primeros minutos en pantalla de David son maravillosos: ¿Qué hace un robot mientras espera a que la tripulación humana despierte, durante esos años y años y años? Fantásticos minutos, estos, con esa referencia a Lawrence de Arabia.
Por lo demás, poco que rascar. Los personajes nos dan un poco igual, hasta el punto de que comprobar que Charlize Theron es hija de aquel o primera segunda de este otro nos da absolutamente igual. En la escenita en que se desvela el parentesco, Scott parece querer epatar con la gran sorpresa pero en el cine (llenito) se respiraba un desinterés alarmante. Igual que minutos antes, en alguna que otra escenita de susto, se escuchaban varias risitas. Terrible respuesta.
El desarrollo es, de previsible, aburrido. Un ejemplo: ¡Uy! ¿Por qué tienes esta maquinita quirúrgica en la nave? Podríamos añadir un subtítulo: Porque antes o después tendrás que usarla, ¡bocazas! Sigamos con la ecuación: En una escena bastante mal calzada, la doctora creyente lloriquea porque no puede tener hijo. Subtítulo inmediato en la mente de todo espectador: Pues lo vas a tener. Y bien feo. Sigamos: Nuestro robotito David le hace la puñeta, gotita mediante, al guapo doctor. Subtítulo: Vale, ahora a acostarte con tu chica y a preñarla de su feo hijo-sapo (en vez de sapo resultó ser calamar) y luego, claro, a usar la preciosa maquinita quirúrgica. ¡Que levante la mano quien no vio venir esto, según el -poco disimulado- guión iba dejando caer los elementos que luego necesitaría!
Paradójicamente, por cierto, esa escenita en la máquina extirpándose al pulpo Paul es de los mejores momentos de la película. Tiene su punto grotesco, la sangre justa y mucha hiperventilación. Un oasis en un desarrollo vergonzoso con científicos metezarpas, mucho circo digital y casualidades y soluciones de guión vergonzosas (la maquinita de marras, ¿qué coño pinta ahí volviendo a lo de antes?; ¿no queda grabación de las cámaras de los astronautas perdidos?; necesito la sala de mando bien vacía para esta escenita de suspense, pues que Charlize se folle el capi, que me viene que ni pintado; ¿es el encargado de mapear todo territorio a explorar un imbécil que no sabe encontrar su propio coche en el parking del supermercado?; y así un largo etcétera).
En cuanto al universo que, pretendidamente, tan bien conoce Ridley Scott (el problema es que su hermano Ronald no lo tiene tan dominado), aquí tenemos una bonita nave de diseño, trajes espaciales muy cuidados, así como bichejos de diseño insulso, demasiado gráficos, demasiado presentes. No solo la oscuridad, si no también la tenebrosa orientación sexual de los diseños de Alien se han perdido. Las presencias fálicas, las texturas humedecidas, pegajosas. ¿Dónde está todo aquello? ¿Dónde quedó la buena mano, la pausa, la paciencia de aquella maravilla de película? Aquí todo es fuego, ruido, ataque frontal, presencia constante. Ni asusta, ni fascina, cuando allí conseguía ambas, de una sola tacada.
Sé que estoy siendo bastante duro con una película que no da para mucho pero es que, si hay algo imperdonable, señor Scott, es hacer una peliculilla de terror en el espacio y cargarla de ínfulas pretenciosas que resbalan hasta en el vacío. Y vacío, sí, es lo que me acabo encontrando.