Estamos ante el
cuarto largometraje de Jaime Rosales, un realizador nada fácil de
digerir para nadie. Los que lo alaban, descubren ante cada título
nuevo sus experimentos al rodar, así como sus duras, secas y amargas
historias que narra. Sus detractores sufren con su ritmo y se
exasperan al creer ser víctimas de una tomadura de pelo sin igual.
Lo que está claro es que Rosales no deja a nadie indiferente y, que
su cine, bien odiado o amado, pese a su escasa filmografía, ha
recogido premios y participado en festivales como Cannes o San
Sebastián. Tras su esperanzador inicio con Las
horas del día, su fama llegó de la
mano de La soledad,
don la que sorprendió consiguiendo los Goyas más importantes a
mejor película y dirección. La polémica le vino de la mano de Tiro
en la cabeza, y con su nuevo
trabajo, volvió a la Quincena de Realizadores en Cannes.
Centrándonos en
su nuevo trabajo, parece "acercarse" un poco a la
estructura narrativa de La soledad,
mostrándonos la vida anodina de una familia que sufre un revés. No
me cabe la menor duda de que Rosales centrará y exprimirá las
experiencias emocionales de cada uno, transmitiendo al espectador
incomodidad, duelo y una cercanía extrañamente lejana. Queda por
descubrir el elemento original que imprimirá en su obra, que parece
querer ocultar como un oro en paño.
Una de las
principales cualidades que se puede destacar de Rosales es que es
diferente y convierte su cine en experiencias únicas. Pero si no
soportas el cine que se sale de los cánones habituales, abstente de
su visionado, puede quedarse atragantado. Yo no puedo más que
aplaudir el esfuerzo de crear constantemente, aunque no a cualquier
precio y menos aun sacrificando la historia. Veremos.