Los puntos flacos de la película,
relacionados con su esquema trillado de whodunit y el desinterés por
el desenlace, frente al valor sobresaliente del personaje de Salander; están ya detallados con acierto por mi compañero
Rómulo, así que no me repetiré, leed su crítica. Problemas habituales de un
bestseller con los ganchos fáciles habituales. Sólo quiero remarcar
lo triste que es ver a un director como David Fincher rodando esa escena de psicópata desenmascarado tan rematadamente
tópica, después de haber conseguido en sus comienzos el impactante
final de Seven o rizar el rizo en Zodiac con un falso
climax que supone una vuelta de tuerca (véanse las dos en nuestro
artículo sobre las mejores escenas de David Fincher).
Dicho esto, quiero centrarme en lo que
creo que interesa verdaderamente al director: el ruido. Desde todos
los puntos de vista. Por supuesto, el ruido que Trent Reznor y
Atticus Ross incluyen en su banda sonora (a veces se mezcla
con los sonidos de ambiente como en las escenas de la mamada y el
aparato de limpieza con su frecuencia desesperante). El ruido de
ambiente, el que se oye en los otros pisos, el que producen los
personajes. Pero no sólo hablo de ruido sonoro, toda la filosofía
de la película está centrada de alguna manera en el ruido. Desde la
estética (y estilo de vida) hiperagresiva, hardcore punk de
Salander, pasando por la violencia extrema y la inmoralidad que
desborda en la mayoría de los personajes.
La elección de los compositores no es
simplemente una decisión continuista (recordemos que ya estaban en
La red social, con la que ganaron el Oscar), aquí su tono, y
en concreto el del grupo de Reznor, Nine inch nals (con el que Ross
colaboró) y su música industrial, encajan tan a la
perfección con la cultura de los personajes que incluso uno de ellos
aparece con una camiseta del grupo. El caos y la oscuridad reinan en
la película. Algunos planos tienen tan poca luz que apenas son
distinguibles. Se nos avisa ya con la imactante intro videoclipera
que parece un cruce entre una intro bond y un videoclip de Marilyn
Manson, pero en cualquier caso, es espectacular.
Todo este caos, violencia, oscuridad y
la inmoralidad de la nueva urbe, remite muy directamente a Seven.
Fincher aprovecha y enfatiza recursos que ya había usado en aquella.
Pienso por ejemplo en esas habitaciones contiguas vacías y sombrías,
donde sólo el pensamiento de entrar ya provoca rechazo.
En definitiva, un material demasiado
limitado, muy por debajo de las ambiciosas aspiraciones del director,
mucho más convencional, que sin embargo, le sirve para adentrarse en
el universo más oscuro de caos, violencia y ruido.