Se siente uno ilusionado cuando llegan a la pantalla proyectos como este con historia, con una larga trayectoria en su simiente y semilla, con antepasados del cine detrás, aportado y fusionándose en los nuevos tiempos como si no pasaran los años. Jacques Tati, el popular heredero y seguidor del cine mudo americano pero en Francia, fue el creador del guión en aquellos años 50, y el director del film que presento, Sylvain Chomet (Las trillizas de Belville) lo recupera en una película de dibujos animados.
El music-hall de aquellos años, un dibujo de siempre y la actitud del genio en pantalla con algún que otro homenaje a su cine, son las armas de una película que me apetece por su enorme capacidad para evocar otros segundos del cine, con otras necesidades pero la misma intensidad a la hora de descubrir al ser humano. Descubrir los matices que recuerdan a Tatischeff será un gusto refinado.
A todos los amantes de la animación, a los amantes del cien clásico, a los seguidores del cine insólito, les invito a disfrutar de una película con personalidad propia que busca reencontrarse con un mundo lejano, con unos gestos que ya no se ven pero que perduran. Se puede disfrutar, se puede palpar, seguro que es una gran película que no tiene que disculparse de sus defectos pero seremos exigentes con sus aciertos. Se trata de una película con sabor a puro homenaje.