Todo el mundo tiene sus prejuicios, una serie de ideas preconcebidas que en el caso del cine resultan especialmente firmes, sobre todo gracias a los numerosos elementos que las confirman. En efecto, en el séptimo arte esta casi todo inventado. Por eso, cuando uno se enfrenta desde fuera a una película como Shadows in the palace, espera encontrarse con un producto asiático de acción épica como tantos otros, en al línea de películas como Bichunmoo, por citar una producción de la misma nacionalidad. Pero lo cierto es que la permeabilidad del cine asiático en general, hace que los géneros se diluyan y conformen nuevas obras que, no obstante, beben de unos mismos principios rectores. Esto es lo que le pasa a la opera prima de Kim Mee-jeung.
Lo primero que hace notar la película es el protagonismo, casi omnipresente, de la mujer. No es casualidad que su realizadora lo sea. De este modo, la coreana pretende no solo mostrarnos la vida de las internas del antiguo palacio imperial de su país -unas personas condenadas a servir a su señor y a mantener, entre otros deberes, un celoso voto de castidad- sino también reivindicar su silencioso papel. Lo cierto es que, salvo que seamos expertos en el tema, resulta complicado saber si esta representación está plasmada correctamente o si por el contrario el film incurre en numerosos fallos históricos a la hora de documentarse. Si ya a veces resulta complicado descubrir este tipo de gazapos en películas de nuestro entorno cultural, no digamos ya en films asiáticos. De todos modos, es de esperar que la recreación sea medianamente fiel. Al menos, ese es el aspecto que trasmite de cara al exterior.
Otro problema, no achacable en absoluto a la película y con el que el espectador occidental suele encontrarse a menudo, es que se hace difícil distinguir a las diferentes protagonistas. Puede sonar a tópico, pero si pensamos que durante todo el film las numerosas intérpretes visten una serie de uniformes idénticos entre sí, empezamos a comprender la magnitud del inconveniente. Dejando a un lado este tipo de apreciaciones, la trama de la película se desarrolla de forma conveniente, haciendo deambular a la medico protagonista por las diferentes estancias del palacio, perfectamente recreadas, en busca de pistas sobre el asesinato de una de las doncellas. Los golpes de efecto, aunque conocidos -es decir, conspiraciones, secretos, amantes y traiciones-, adquieren a través del entorno un nuevo significado. La verdad es que la premisa de una película de investigaciones ambientada en un palacio de la corea medieval resulta interesantísima, pero en el segundo tramo del film, los presupuestos argumentales se transforman radicalmente.
Efectivamente, contra todo pronostico, no nos hallamos en absoluto ante una producción de acción épica en la línea de Tigre y Dragón, sino que nos acercamos más bien al denominado género del terror japonés. Los tópicos más recurrentes de este tipo de películas hacen acto de presencia constantemente. No falta ninguno: rostros pálidos, manos fantasmales cuya aparición se produce en los lugares más inesperados e incluso el recurrente pelo negro que Hideo Nakata popularizara con su aplaudidísima The Ring. La película conoce de sobra esos mecanismos y los utiliza de forma eficaz, pero lo cierto es que no se puede decir que Kim Mee-jeung se desenvuelva igual de bien en otros terrenos. Cuando uno ve lo mal rodadas que están las pocas escenas de acción no puede dejar de preguntarse si quizás por eso la directora ha omitido, consciente de su falta de pericia, las esperadas y coreografiadas escenas de batallas. No hay más que ver lo poco profesional que resulta la toma de la persecución por las afueras del palacio.
Por su parte, las actrices, Park Jin-hee, Yoon Se-ah y Seo Yeong-hee entre otras muchas, hacen un buen papel. Sorprendentemente, es difícil encontrar intérpretes que no den la talla en las producciones asiáticas. Una vez más, las diferencias culturales pueden hacer difícil al espectador occidental apreciar en toda su inmensidad los diferentes matices de la interpretación de un actor extranjero, pero el buen hacer de las protagonistas del film es innegable. La aparición de los hombres es meramente anecdótica. Incluso una figura capital como la del emperador aparece tan solo en un par de escenas, dejando bien clara la reivindicación de su directora.
Mención aparte merece la obsesión del film por las torturas, dejando claro que los antiguos coreanos eran unos expertos en el arte de producir dolor. La más llamativa de todas es la de las agujas, francamente desagradable pero que no podemos dejar de comparar con esa otra que Takashi Miike nos ofrece en su mediometraje Imprint, perteneciente al ciclo Masters of Horror. Lo cierto es la coreana no sale demasiado bien parada de esta confrontación, pues aunque su tratamiento de la escena resulta bastante más realista, Miike sabe impactar muchísimo más al espectador recurriendo a unos planos preciosamente explícitos y al uso del sonido. Enfrentarse con un monstruo como el japonés y salir indemne no es en absoluto fácil.
El error de Shadows in the palace es pues insalvable. Resulta inexplicable que pudiendo centrarse en una historia realista y francamente original, la directora introduzca a mitad de la trama esa serie de elementos sobrenaturales. El film se convierte entonces en un producto repetitivo y predecible hasta la saciedad. Desgraciadamente, da la impresión de que, al ver que el guión no daba para más, los responsables hayan decidido introducir la historia de fantasmas para alargarlo, convertirlo en algo más ligero y -de paso- acercar la película a un publico más generalista. Es una decisión perfectamente respetable, pero cuando la historia está mal desarrollada y encima es excesivamente lenta, no hay excusa posible. Ni siquiera la construcción no lineal de la misma, a través del uso de flashbacks, termina de aportar un interés extra. La estética, como siempre, preciosista.
En resumidas cuentas, la película de Kim Mee-jeung no arriesga ni innova, pero es que además tampoco resulta demasiado impactante a la hora de recurrir a los tópicos. Todo se reduce a una versión descafeinada de películas que ya hemos visto antes y ni siquiera la interesante propuesta de su ambientación consigue levantarla. Los amantes más acérrimos del género pueden sumar algunos puntos a la proyección, pero lo cierto es que para el resto de espectadores, Shadows in the palace constituye una terrible prueba de que el virus de la imitación también contagia a muchas de las producciones asiáticas. Tras la suntuosidad de los trajes de la película, se esconde un andamiaje de carne demasiado endeble.