Sería muy fácil ridiculizar 50 sombras de Grey, poniendo cada uno de sus múltiples defectos, uno detrás de otro. Sería fácil hacer saña con chistes maliciosos y comparaciones absurdas. Pero no le veo demasiado sentido. Esta película es exactamente lo que quiere ser y, sobre todo, no es lo que no quiere ser. Nos puede parecer ridículo que, con tanta imagen de transgresión sexual, al señor Grey no se le vea en ningún momento la polla, pero lo cierto es que si fuera así, la película no podría llegar a todo el público que está deseando verla, especialmente en USA. No nos engañemos, esta película es una máquina de hacer dinero. No parte de un guión, parte de un plan de negocio. Y tiene unos objetivos que cumple a la perfección. Algo picante, pero para todos los públicos. Levemente transgresora pero sin caer en una verdadera polémica: por ejemplo, la delgada línea que separa una relación de dominación 24x7 con el maltrato doméstico. Nada de eso, el único interés está en descubrir a cierto público no iniciado, el abc de las prácticas BDSM de salón, es como un tuppersex para amas de casa de la América profunda, el escaparate de un sexshop céntrico. Es eso, y eso quiere ser.
Ahora bien, aún dentro de lo que quiere ser, podría estar un poco más cuidada. Los diálogos son torpes y la relación entre los dos protagonistas avanza a golpe de brocha gorda. Se dice que esta es la Pretty Woman de nuestros días, y no es un disparate: el romance entre un rico y una mujer de clase media, que surge sobre una relación puramente sexual. Ambas ancladas en cánones conservadores -aunque ya ha pasado un cuarto de siglo, ojo- pero aquella estaba algo más cuidada.
En cualquier caso, es una película entretenida. Las dos horas pasan cómodamente. La relación entre ellos, tiene su chispa. Son atractivos y derrochan sexualidad. Él con una actitud educadamente agresiva, y ella con una gran capacidad para expresar su placer. El resto de los personajes son planos, casi indistinguibles entre ellos. La compañera de piso parece una actriz de anuncio de dentífrico. Todo está centrado en ellos, pero consiguen mantener el interés. Tiene sus momentos, como el de la lectura del contrato. Todo tiene cierto tono de humor, a veces voluntario y, mejor, a veces involuntario.
Las escenas de sexo son, aunque castas, atractivas. Hay un cuidado en la elección de los materiales, en ensalzar el cuerpo, y la carnalidad de los dos protagonistas ayuda. Sin embargo, el tratamiento del BDSM es, como cabía de esperar, muy superficial. Para empezar, porque cae en los clásicos básicos. Para continuar, porque la mitad de lo que muestra, con tanta ceremonia, no deja de ser lo que cualquier pareja puede hacer una noche como juego sin plantearse siquiera que está haciendo algo muy especial. Pero sobre todo, falla en la psicología erótica de la sumisa. Una historia contada desde su punto de vista, jamás debería utilizar elipsis para obviar los momentos de tensa espera. No se deberían pasar tan por encima de las aceptaciones de sumisión. En general, se queda en el circo, en el merchandising, y se olvida por completo del centro de la cuestión: el cerebro.
Pero como decía antes, todo esto no está dentro del interés de la película. En realidad, esto no va de BDSM, va de un amor complicado. El problema es que, esta manera tan ligera de presentar la dominación, hace que sea difícil distinguir entre un verdadero sádico y un simple machista controlador, que no quiere que su pareja se emborrache sola. En este sentido, la película camina por un filo peligroso, especialmente de cara a las miles de fans adolescentes que pueden confundir una parafilia con una manera de afrontar de verdad la vida en pareja. Este sería el único verdadero reproche que le haría a una, por lo demás, inofensiva historia romántica diseñada para romper la taquilla.