Hay directores a los que uno no sabe muy bien por donde cogerlos. Olaff Ittembach es uno de ellos. Este incorregible realizador se ha definido a si mismo en alguna ocasión como heredero del expresionismo alemán. Si Murnau o Lang levantaran la cabeza… Lo más aterrador del asunto es que parece que, animado seguramente por sus incondicionales, este personaje ha terminado por creerse su propia leyenda. Por fortuna, el resto del planeta sigue haciendo oídos sordos a las nuevas propuestas de este experto en casquería, que tras unos inicios prometedores ha derivado en factoría de inenarrables producciones, a cada cual más casposa. Cuando uno juega con este tipo de elementos, lo habitual es derivarlos al campo del humor. Si el espectador se toma a risa la película todavía se puede rascar algo. Pero no. Ittembach se cree a pies juntillas sus historias y por eso ahora tenemos que enfrentarnos a su nuevo y sangriento thriller.
La trama del film ni siquiera es digna del peor relato de un quinceañero obsesionado con la violencia. Entrar a valorar la misma en más profundidad no tiene sentido. Es puro relleno, una mera excusa para mostrar sangre en pantalla. En cuanto al supuesto gore, ocurre lo de siempre. Sin una atmósfera adecuada, deriva en una serie de escenas desagradables ante las que el espectador siente indiferencia y tedio. Recuerda por momentos al casposo Guinea Pig de Hideshi Hino. Como ejemplo, el descuartizamiento de uno de los cadáveres en la ducha, realizado casi a cámara lenta. ¿Qué sentido tiene toda esa violencia? Yo no lo comprendo. Al menos, en la obra de Hino queda claro que existe una clara intención de provocación, enmarcada en la contracultura nipona de los años ochenta, pero hoy en día este tipo de propuestas solo consiguen colmar la paciencia del espectador.
El bajo presupuesto de la producción se deja notar en innumerables acabados de la misma. La casa donde se rueda pertenece al director, su mujer es la protagonista, la cámara es la misma que usó en sus últimas vacaciones, etc. Pero todo eso no le disculpa en absoluto. Los actores también son de risa. ¡Casi parece que improvisen sus papeles! Mención especial merece la música, a cargo de un compositor de extraño apellido griego y que en tan solo tres semanas dio por finalizado su trabajo. Debe de ser la única película de la historia del cine en la que se ha tardado más en hacer la banda sonora que el resto del montaje. Y sigue así la cosa.
Una vez vista esta nueva aberración del alemán, uno empieza a entender el discurso narrativo de Ittembach. Un momento… ¡¿He usado la expresión “discurso narrativo” en una película de Olaff Ittembach?! Creo que esto está empezando a afectarme seriamente. Lo que quiero decir es que, una vez vistas unas cuantas de las obras de este denominado -a saber por quien- maestro del gore, empiezo a entender el razonamiento al que recurre a la hora de rodarlas. En un primer momento, Ittembach se ocupa de las escenas sangrientas, esas que en teoría son su especialidad. Como cuando ha terminado se da cuenta de que solo tiene media hora de las mismas, procede a rellenar la otra hora que falta con una trama al azar.
Solo eso explica que todas sus películas contengan esa ingente cantidad de diálogos sin sentido, tratando de componer una historia que brilla por su ausencia. El resultado es siempre sonrojante. Por el bien de la salud pública, esperemos que ninguna incauta productora cometa el error de agenciarse con los derechos de Dard Divorce. A todos aquellos que han tenido la mala suerte de hacerse con ella o la imprudencia de desoír nuestras advertencias, mis mas sentidas condolencias. Solo una cosa no se le puede negar al bueno de Olaff: Lo cierto es que sus películas nunca decepcionan. Parecen una mierda y, efectivamente, lo son.