Crítica de la película Misión Imposible 3 por Romulo

Vaya sorpresa. Las cosas como son. Después de la patochada infumable que fue M:I 2, uno pensaba que los tiros seguirían en la misma dirección. Y, ciertamente, esta tercera entrega sigue la estela en un sentido: Es una película de acción pura y dura. Si la primera película, dirigida por el virguero Brian De Palma, se estilaba más clásica, una película con más suspense que acción, la segunda y esta última son un no parar de secuencias de acción. Siendo más exactos, la segunda era un batiburrillo indecente, un coñazo; la tercera, adrenalina pura.

Por lo demás, ahí se acaban los parecidos entre las dos secuelas. Aquí hay personajes, hay interés humano. Cruise tiene una motivación amorosa, una motivación sentimental en lo que hace. E incluso son de agradecer las pequeñas pinceladas con las que guionista y director enriquecen a los secundarios (Rhys Meyer pregunta a Maggie Q sobre sus rezos; ella recuerda su infancia y una mascota rebelde, por cuya vuelta siempre rezaba).

Ese poso de respeto hacia los personajes y hacia lo que se cuenta se mantiene intacto aunque el fuego de artificio sea continuo, aunque las escenas de acción se erijan en las verdaderas protagonistas del invento. Y aquí aparece el segundo gran mérito de la cinta (mérito, no lo dudemos, de Abrahams): Aunque en realidad muchas de las secuencias de acción sean auténticas fantasmadas, el director consigue darle a muchas de ellas (y en general a toda la cinta) un curioso tono de acción hiperrealista. Será el sonido. Serán los planos siempre muy cortos (de distancia focal y de duración), la cámara en mano. Será lo que sea, pero lo consigue.

Y nunca he sido un defensor de las películas que se recrean en el tembleque de esa cámara sobre hombro, pero el apabullante ritmo de la mayoría de las escenas de acción sumado a la increíble sensación de veracidad de los efectos sonoros acaban por hacer que uno se crea dentro de esa colección de saltos, explosiones, carreras, disparos.

Ese estilo, esa acción tan espectacular como seca (la muerte del personaje de Keri Russell es todo un ejemplo: el rescate y el espeluznante instante de su muerte, todo en uno) y ese respeto por los personajes facilitan también la presencia de un malo igualmente seco y espectacular, obra y gracia de Phllip Seymour Hoffman. Un villano implacable, doblemente meritorio porque Hoffman no recurre a los fáciles tics y artificios de malvado para construirlo, y que ya aplasta al espectador en su butaca desde la introducción. ¡Qué escena! ¡Qué comienzo! ¡Qué fuerza, qué manera de atrapar al público desde el primer segundo! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, ¡diez!

Y uno lleva tres cuartos de película cuando ésta llega, exactamente, a su punto de arranque, a esa escena introductoria, a esa apertura in medias res. Abrahams sabe fragmentar la escena con sabiduría para reconducirte al desenlace de esa situación que ya has visto. Luego, a partir de aquí, es donde vienen los únicos peros que le encuentro a la película.

El primero, que tan pronto como la escena termina, Hoffman prácticamente desaparece de la historia. Vuelve a aparecer de manera demasiado breve, para mi gusto, en el desenlace. Su muerte es, de nuevo, seca y espectacular. Manteniendo el tono. Pero el personaje, tan fuerte, tan poderoso, se pierde al final. Una lástima.

Y la gran tontería llega con la escenita innecesaria de la inocente mujercita de Tom soltando tiros a diestro y siniestro con una puntería de chirigota. Lástima de resbalón final, vaya manera de joder esa curiosa sensación de acción hiperrealista con un desenlace tan ridículo. Y es que una cosa es dotar de importancia a los personajes como tales, y otra es querer dársela a la tontaina de la muchachita convirtiéndola en heroína de última hora. Resbalón, resbalón.

Lástima porque, después de todo, han estado muy cerca de hacer una película de acción redondísima. De hecho, con errores y todo, mi aplauso.




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