La elección de Todd
Solondz ha sido realizar una secuela de su exitosa Happiness. Ha conservado la trama y los nombres de los personajes,
aunque ha renovado todo el cast, y hay que decir que en el cambio no sale
ganando de ninguna manera. Al menos, resulta interesante como experimento, y
aunque aquella película no necesitase de ninguna manera una continuación, no ha
estado mal saber qué había pasado con todos aquellos personajes.
Siguiendo con el experimento, Solondz no sólo se limita a
realizar la secuela sino que copia el esquema de la anterior de forma casi
paródica. La escena inicial es evidente, pero también otros momentos musicales.
Da la sensación de que Solondz, para huir de la etiqueta de anclado, ha
exagerado esta misma condición, calcando la que puede ser su mejor película.
El problema llega a la hora de las comparaciones, y es que
no sólo el reparto sale mal parado, también se echa de menos la mala leche de
la anterior, lo atrevido, lo muy ácido, lo punzante. Aunque aquí también hay
kilos de patetismo, y de mediocridad humana, el punto fuerte del director,
falta llegar un poco más lejos como ya lo hizo entonces.
En cualquier caso, una película interesante, que plantea
algunas reflexiones sobre posición en la sociedad de quien rompe las normas,
del efecto que causa en su entorno, aunque desde un punto de vista al que le
falta cierta implicación. Aguda y ácida como siempre, eso sí.