Ir a ver ciencia-ficción siempre es una buena elección, tanto si es buena y creíble, como si es mala y sonrojante, porque el efecto entretenimiento es siempre posible aunque más o menos aplaudido, y si eso lo rellenas de dinero en el presupuesto, un buen marketing y a un Duncan Jones, el de Moon, atrayente y prometedor hijo de David Bowie, consigues que todo el mundo te conozca, la taquilla asegurada.
A partir de esto queda la duda del por qué de la elección de esta película por un director que parecía viajar en otra dirección, y encima ganándose la fama de niño al que consentirle todo. Estoy seguro que hacer caja para sus próximos films independientes, o al menos lejanos de la sencillez, habrá pasado por su mente y que es imposible que debido a su juventud, no haya depositado algo de cariño al guión y tratado de adaptarlo para darle su toque. Ese toque es el que espero ver de vez en cuando al menos.
A pesar de ello no espero mucho, género comercial, repeticiones y efectos digitales al servicio del lucimiento de Jake Gyllenhaal (Amor y otras drogas o Hermanos), alguien a quien le da un poco igual todo y simplemente hace cine, sea lo que sea lo que caiga en sus manos, o no teniendo miramientos por su tono o esencia vital. Una película que se olvidará en el tiempo y que nos mantendrá despiertos, pero que no costará quitarse mucho de la cabeza tras salir de las ingeniosas rutas de salida de un multicine cualquiera que sea.