Los X-Men de Brian Singer guardaban un poco las formas, una vez asumida la fantasía colorista inevitable para esta historia, se observaba cierto interés por el realismo, al menos en los personajes, en los diálogos, y en la contención de la condición sobrenatural de los mutantes. Sin embargo, esta nueva incursión tiene un tono muchísimo más fiestero, exagerado, rozando el ridículo, propio de un videojuego o, de lo que es, un film relegado a la serie B. Es llamativo que precisamente las dos entregas de Singer fueran las más baratas.
Gavin Hood, el director, hace su trabajo como cabía esperar: eficazmente y sin rechistar. Con la misma deferencia que se tuvo con Peter Webber en Hannibal, El origen del mal, se le permite una introducción elegante y prometedora. El resto es puro trabajo rutinario. No impacta ni sorprende, como pueden hacerlo las escenas de acción de Michael Bay en Transformers, pero es más que correcto en todo momento.
El verdadero responsable de que la película no dé la talla es su guionista, David Benioff, que en esta ocasión suspende. Tristemente, este interesante guionista cae aquí en tópicos demasiado trillados, incluso para un producto de entretenimiento como este. Motivaciones simples, arreglos atropellados y nada que se salga de una constante previsibilidad. No llega a ser insultante para el espectador como otros títulos de acción, pero no llega al aprobado.
En cualquier caso Hugh Jackman se sale con la suya, con este vehículo para su lucimiento que además le reportará jugosos beneficios. Esperemos que el nivel de Seed vaya mejorando en el futuro.