Es un buen trabajo. Tiene sus imperfecciones aquí y allá. Sus intérpretes no están faltos de momentos de flaqueza, es verdad, pero también es verdad que atesoran instantes de brillantez y no pocos, miradas, gestos, dolor contenido. También es verdad que se tienen que comer todo el metraje ellos solos.
El director resbala en ocasiones ante la necesidad de crear en un espacio tan limitado. No se conforma con grabar una obra de teatro. Continuamente juega con los enfoques, con las luces, con la geometría variable de esos tres elementos que no forman parte del decorado: él, ella y la cama. Pero resbala varias veces. No me importa. Que experimente, que juegue, va tomando una experiencia que otros muchos directores correctos no alcanzarán jamás. El resultado se resuelve con una atmósfera personal, cercana, de mirada valiente.
La fotografía es otro cantar. Uno siente como si los personajes estuvieran siendo constantemente iluminados por un batallón de focos. Mal. Quizá a conciencia pero mal igualmente.
Y por último el guión, que si por lo general se presenta como la pieza central de una película, en esta ocasión mucho más. Se puede decir que gana el juego. El juego de mantener el interés una hora y media con lo mínimo. Al principio entretenida y después intensa, un juego ya conocido con reglas muy gastadas, pero no por ello más sencillo. Lo gana siempre que uno conceda eso: que no es novedad y que tiene que recurrir a la estructura conocida. Es decepcionante en todo caso que lo que se presenta como original empiece a tornarse mecánico. Pero es lo que hay, habrá que empezar a buscar otros objetivos.
Con todo, un buen sabor de boca, la sensación de ver un buen trabajo y la satisfacción de escuchar conversaciones sobre cine – según ellos yo estoy mal hecho. Además, se trata de una visión realista, de esas en las que uno ve como sacan los condones, en donde el final no tiene que ser feliz y menos artificial. Para mejorar la cosa, las escenas de sexo me han parecido de las mejores que he visto, especialmente la inicial.