Una cita extraña pero creo que imprescindible. Hasta ahora Shyamalan se ha movido siempre en el mundo del thriller, y casi siempre con un cierto componente fantástico, a veces paranormal incluso, o cuanto menos mágico. La mayoría de las veces lo ha sabido manejar bien (todos conocéis mi animadversión hacia El Bosque, la gran excepción) pero el afrontar géneros tan del público, tan comerciales, desde prismas tan personales (o siendo más estrictos: con una caligrafía tan diferente a la habitual) es lo que le ha hecho darse de bruces un par de veces contra la taquilla.
Aun así no nos engañemos; sus películas son baratas y todas, salvo La joven del agua, han ganado dinero. Pero ahora ha dado el salto a una gran producción, y sobre todo a un género que no es el suyo. Lo hace, quizá, como gesto hacia sus hijos; dice que ellos eran seguidores de la serie de animación Avatar, que él adapta en The Last Airbender.
La duda es si, ahora que toca recuperar un presupuesto mayor, va a ser capaz de reportar ganancias al estudio. Pero el diagnóstico artístico debe ser similar: En pleno terreno (casi) manga, con elementos sobrenaturales, artes marciales y efectos especiales, Shyamalan va a hacer lo de siempre. No va a rodar esas luchas de poder como lo haría cualquier profesional de Hollywood; él buscará sus puntos de vista, sus encuadres marca de la casa, su manera tan distinta de centrarse en otros detalles.
Esto, claro, es un riesgo para la taquilla. Y para el boca a boca que pueda sufrir la película. Pero me mantiene un punto de esperanza: Aunque The Last Airbender entre en un terreno temático que no me interesa lo más mínimo, quizá Shyamalan haya sabido salvar algo, quizá haya sido capaz de contar una historia interesante, o al menos de guardar para el recuerdo un par de escenas memorables.
O quizá no. Pero hay que comprobarlo.