Sacar de quicio las escenas, los momentos humanos, y transportarnos por el camino de lo absurdo o grotesco sin remordimientos es el trabajo insolente de Lars Von Trier. No puedo olvidar que en ese camino se molesta en hacerlo con calidad tanto con la cámara como con el guión y el trabajo de actores.
Melancolía, el planeta, es la situación extrema que pretende siempre enseñarnos a modo de muestra para sacar de marco a todos cuantos le sirven como modelo social de comportamiento. La escena de la celebración de boda es un baile de presentación, una caída al vacío con forma y estructura plena, un juego salvaje pero con normas en el que el espectador solo puede quedarse boquiabierto, interesado y después enganchado.
Kirsten Dunst (María Antonieta) está soberbia. Capaz de ser sutil con ese aire meditabundo y lejano, aprovechando al máximo esa mirada adulta, sacando a relucir la fiereza de su cuerpo, tanto sugerente como desnudo, mostrando a una vez candidez y locura a partes iguales.
Charlotte Gainsbourg (El árbol), versátil, cumplidora, verosímil, atrayente, el contrapunto ideal, precioso dentro de la dureza de su rostro, un soplo de control absoluto que nos representa en el caos de nuestros días, controlados y geniales, demostrando en la salida el fin de las ilusiones, el fin del alma.
Lars Von Trier vuelve a maquinar y lo hace con sentido, siempre lo hace con un mensaje potente que ofrecer, y además sorprende, da más de lo que siempre se espera con sorpresas de montaje o rodaje, de expresividad o ritmo, inventa, crea, es un creativo burlón que a mí me tiene más que conquistado. Que nadie se apueste nada con él delante porque siempre gana.