No voy a ir de espabilado. Por eso, lo primero que haré es reconocer que sí hay películas de Tony Scott que, por lo menos, no me disgustan: es el caso de "Marea roja", "El último boy scout" o "Amor a quemarropa". Pero, por lo general, el pequeño Scott me parece un tipejo que simplemente se amolda a la moda del momento, que se arrima al sol que más caliente para asegurarse que la industria siga teniéndole en cuenta y poder seguir a ese buen rebufo.
Por eso no soporto patochadas videocliperas como "Domino" y trabajos similares de este personaje. Ahora, parece, llega con un trabajo de ciencia ficción e intriga, aparentemente incluso algo más pausado. Pero no puedo saberlo a ciencia cierta trabajando con un impulso y una intuición tan anticipadas, tan a largo plazo. Y, aún así, precisamente mi intuición me induce a la desconfianza, porque, además, agarrarme a datos concretos es aquí muy complicado: el guión lo firman un primerizo y un tal Terry Rossio que es tan capaz de participar en "Shrek" como en "Godzilla". Análisis imposible.
Una desconfianza, la mía, cimentada en la tendencia eterna de este realizador con una personalidad dudosa, que ha ido cambiando y adaptando su estilo a lo que las cadenas de televisión USA para quinceañeros han ido dictaminando con el caminar de las décadas. Hablar de una evolución en Tony Scott es correcto. Hablar de una personalidad es estúpido.
En definitiva, atisbo desde la lejanía la llegada de un nuevo trabajo de Scott todavía cabreado por el mal rato de "Domino". Ojalá me equivoque y le salga un título digno, una "Marea roja", un lo que sea. Pero no más dominós, por favor.