La película funciona perfectamente como biopic. Está bien estructurada, tiene ritmo, es realista y no le sobra ni le falta nada. Sabe glorificar a su protagonista sin tener que prescindir de cierta crítica a algunos aspectos suyos menos positivos, y sabe hacerlo de modo homogéneo, sin caer en el modelo ascenso-descenso. También es capaz de ser comprensiva con la posición radicalmente opuesta y es amable con la figura de Dan White, bien interpretado por Josh Brolin, todo un Judas atormentado para este Cristo tan particular, con arrepentimiento incluido. Seguramente el personaje más interesante que ayuda a comprender las motivaciones y presiones que a veces producen una mentalidad muy cerrada. Lástima que, quizá por cortar y resumir, se sucedan algunas situaciones incoherentes para este personaje.
Sean Penn, como cabía esperar, lo da todo. Se luce y da por superado un tiempo en el que no eran creíbles las relaciones gays en pantalla. Me pregunto por qué se ha desechado su doblador habitual, Jordi Brau, en favor de Salvador Aldeguer, es una lástima. El resto del reparto también funciona de maravilla, especialmente James Franco y Emile Hirsch.
Gus Van Sant cumple, pero no deslumbra, se limita a ser correcto. Sólo despunta en un par de momentos. Hacia el principio juega a poner la cámara muy encima de los personajes, como recuerdo quizás de su último videoclip para los Red Hot Chili Peppers, y los paneos consecutivos a los que juega antes de los asesinatos finales. Pocos apuntes más pueden dar fe de que haya un director fuera de lo común en esta película. Van Sant cada día tiene menos que aportar. La continua narración del protagonista con su grabadora es de una torpeza casi hasta divertida.
La fotografía es otro triunfo más de Harris Savides, consiguiente esa textura moderada de carácter independiente que aporta realismo y seriedad. Perfecta para contener la posible explosión de color que el tema podría conllevar.
Una película elegante, correcta, disfrutable y convencional.