Jason Reitman se
confirma como uno de los directores indies más interesantes con esta nueva
película con la que ya se van definiendo algunas de sus características como cineasta. Por un lado,
ese juego con lo que no es políticamente correcto pero sin entrar tampoco en la
transgresión.
Muestra aprecio a un personaje superficial (tanto o más que Juno)
y muy cínico sin necesidad de redención. Claro que esto tiene truco. Aunque el
personaje termina la película con la misma actitud externa (no deja de volar ni
de buscar su condición de solitario), ha existido una redención interior:
mientras antes había elegido esa vida, ahora es sólo la vida que le resta
después de su fracaso con Alex y su intento de cambio. Ya no rechaza la vida en
pareja que no quiere para él, sino la que no puede tener. Una final muy triste que el personaje esconde bajo una de sus frases de consolación, como aquellas con las que contenta a los trabajadores en la calle. Un drama escondido tras una sonrisa perfecta.
Esto nos lleva a otra de las características propias de
Reitman, y quizá del cine indie en general. La huída de los grandes golpes de
efectos. El personaje no aprende grandes lecciones de la vida, más bien recibe
algunos golpes que posiblemente con el tiempo dejará atrás a través del
autoengaño. El personaje no descubre un pasado traumático que le define como
persona. Por otro lado, el segundo tema de la película, el de los despidos, en
plena actualidad, es tratado de forma contextual, sin articular parábolas. Se
muestran esos rostros rotos en primer plano que cuentan su propia historia,
destapan sus sentimientos en un momento de máxima presión. Se muestra la
actitud inhumana y cobarde. Se ofrece para la pura observación, en crudo y siempre en
segundo plano. No está Clint Eastwood tras la cámara apretando el acelerador
del drama.
Reitman crece también como realizador, con planos tan
interesantes como el de Natalie alejada por la cinta transportadora, en un
breve inserto dentro de la conversación sobre ella. Nos regala un recital de
ritmo y precisión en el primer acto. Sintetiza en imágenes la libertad y el
desapego del personaje de manera brillante, a la vez que aporta esa agilidad
que envuelve a la película. George
Clooney, por supuesto, se adapta a la perfección a este estilo. Si se lo
permitieran, robaría el Bellagio.
Una interesante película de media sonrisa, que nos habla de
la soledad, de la superficialidad y de los despidos masivos, sin grandes golpes de
efecto.