Parece claro que no se puede esperar a estas alturas una obra mayor de Woody Allen. Su
último gran trabajo fue Match Point, después de haber rodado
varias películas irregulares de pura comedia. Desde este momento (el
giro a Europa) se ha dedicado a rodar películas interesantes con
buenos momentos pero sin llegar a dar con el brillo que puede
esperarse del maestro (dejando a un lado la pifia que fue El sueño
de Casandra). Una vez superada la resignación y la nostalgia, lo
cierto es que se puede disfrutar de sus últimas películas.
Una historia, como siempre, plaga de
tópicos y estereotipos, que se retuerce para darles nuevos usos, o a
veces para exagerarlos hasta el absurdo, como la "actriz" que
atesora los mejores momentos cómicos, un personaje que Allen conoce
a la perfección de otras películas suyas. Nos ofrece unas historias
paralelas sin final predefinido, más centrado en algo que le viene
obsesionando hace tiempo, el caos, el azar, la vida a la deriva.
El reparto funciona a la perfección.
Antonio Banderas canaliza su histrionismo natural hacia un
personaje carismático, Naomi Watts soporta muy bien el peso
de la película, Josh Brolin y Gemma Jones encajan a la
perfección en sus respectivos papeles, pero el premio se lo lleva
Anthony Hopkins, que domina su personaje en un registro al que
no nos tiene acostumbrados.
Una nueva película de Allen repleta de
situaciones de vida que no por su cotidianidad dejan de ser
interesantes. Y por supuesto, con su ironía a veces malsana que
resulta tan gratificante. Que mantenga el nivel por muchos años.