Genpin es un ejemplo claro de la
tendencia que puebla los festivales de hoy. Se trata de un
documental, con cierta estructura narrativa que lo acerca bastante a
cualquier obra de ficción. Independientemente de su condición de
documental, Genpin se deleita en la contemplación, hace uso
de texturas impuras y da protagonismo a los sonidos de ambiente. Se
apoya en las nuevas tecnologías de filmación, más baratas, también
más dinámicas. El plano inicial de las ramas al viento, con ese
sonido sedante de las hojas, podría ser de Apichatpong Weerasethakul,
podría ser de Nobuhiro Suwa, en nuestro país podría ser obra de
Isaki Lacuesta, pero no, en este caso, es Naomi Kawase, otra
experta en el estilo del que hablo, la que mueve la cámara entre el
viento, la flora, la fauna y las rutinas de los personajes. Es como
un renacer del neorealismo, y sinceramente, es una forma que me atrae
poco. Tiene el mérito de buscar la narración de ficción
convencional partiendo de imagen supuestamente real por completo.
En todo caso, más allá del estilo -ya
muy conocido y con claros síntomas de agotamiento- y de cierto
tedio por repetición de unos contenidos demasiado sencillos, esta
película fracasa en su mensaje. Podría ser interesante hablar de lo
alienante que puede ser dar a luz en un hospital, como una paciente
gris más, a la que hay que extraerle del modo más cómodo posible
el bebé que lleva dentro, como si fuera un tumor. Podría ser
interesante ver opciones muy válidas de partos más naturales, dando
importancia a algo tan importante como una nueva vida.
Lo que tenemos aquí, en realidad, es
un ejemplo más de la oscuridad que surge cuando se pierde el
conocimiento y la razón. Vemos el clásico comportamiento sectario
de un grupo de mujeres sugestionables, que repiten sonriendo unas
palabras bonitas que no son suyas y sobre las que no han querido -o
seguramente no han sabido- aplicar el más mínimo análisis crítico.
Todo orquestado por un viejo de ideas reaccionarias, de dialéctica
simplista e incoherente, que se aferra a su juventud con el clásico
error humano: considerar una sociedad "natural" a aquella que
conocimos en nuestra infancia.
Todo esto hace que, las pocas ideas que
podrían rescatarse del planteamiento, se ensucien dentro de un
documental en el que la directora no ha sabido ser crítica, ni
mostrar una contexto más amplio. Una pena que se haya desaprovechado
un tema en el que se podría haber entrado a fondo. Eso sí, bonitas
imágenes de ramas.