En una película que necesita de tensión intensa entre pasado y presente, entre el bueno y el malo, entre lo que ocurre y lo que el espectador espera, lo que uno no puede hacer es crear un ritmo donde no se dé esa tensión y fomentar unas actuaciones y escenas que no brindan esa tensión.
Lo que le falta por tanto a la película es ese tremendo rencor y violencia pero menos de boca y más de físico. El paseo eterno de Juan Diego, las amenazas veladas de Miguel Ángel Silvestre y los gestos mordidos de Quim Gutierrez no son suficientes para crear un clímax final a la altura, o al menos suficientemente dramático como para sentirse agotado en los nervios de la consecución del guión.
El José Luis Cuerda poético y cuentahistorias está menos presente (paradójico ya que en este film sale hasta como actor)en una película sin mucho alma que llega a un final telegrafiado y seco, en una escena final torpe y sencilla, sin emoción, y dejando un sabor de boca de una película más que he visto.
Cuando recuerdas más la historia de los niños que la de los mayores, es que algo ha marchado mal.