No creo que nadie dude de la calidad técnica del film. Muchas de las secuencias están totalmente hechas por ordenador y apenas se nota. El ordenador ayuda aquí a situarnos en París, en un barco, en un puerto imaginario... está muy bien empleado y nos encontramos lejos de las primeras integraciones entre personas de carne y hueso y escenarios virtuales, que dejaban mucho que desear.
También hay que destacar la labor de maquillaje. El maquillaje consigue que nos creámos a Button anciano, Button mediana edad, Button joven. Parece que estuviéramos viendo a Brad Pitt a lo largo de diferentes películas. No quiero ni imaginarme el enorme trabajo que supone jugar con una importante variedad de extras que te hacen de Blanchet anciana, o las primeras escenas de Button, etc.
No estamos ante un guión complejo. Estamos ante una historia sencilla contada en tono mágico, con voz que susurra y música de fantasía misteriosa, y que tiene como protagonista a una persona que nace vieja y se hace joven. El problema es que si nos desprendemos del artificio, lo que nos cuenta la película es bastante vulgar. Y no digo que no esté de acuerdo con lo que se reflexione sobre la vida o la muerte, sobre los amigos, el paso del tiempo, el amor... creo que son reflexiones que todo el mundo puede hacer y con las que todo el mundo puede estar de acuerdo. Y ese es el problema. La película nos la da un poco con queso: planteamiento artificioso y pretendidamente original, para luego llegar a una serie de tésis totalmente ordinarias y vulgares.
David Fincher firma con Benjamin Button su película menos interesante. Muy alejada de las reflexiones sobre la naturaleza masculina de El club de la lucha, sobre las obsesiones de Zodiac o sobre el miedo en La habitación del pánico. Hasta The Game me supone un mayor estímulo. Prescindible.