Cuando una película tiene un presupuesto muy reducido, como es el caso a todas luces, suele acabar en dos resultados posibles: el director hace uso de la imaginación para solventar los problemas, por lo que la película puede salir incluso reforzada de sus limitaciones, mostrando una originalidad refrescante; o el director decide no tomar demasiados riesgos y manejarse con los recursos más baratos. Evidentemente aquí nos encontramos en el segundo caso.
Sólo dos personajes y muchas escenas redundantes sin ningún riesgo formal, exteriores sencillos y escenas demasiado asépticas. Esto es lo que nos propone Rafaël Ouellet, que recurre a rutinas como los consabidos planos de detalle con temblor exagerado y demás convenciones de lo que se viene viendo hace ya demasiados años en las pantallas de los festivales. Hasta Hollywood asimiló hace años estos clichés estéticos.
Así que esta ópera prima carece absolutamente de la fuerza que deberían tener los comienzos de un director con vocación. Más que Derrière moi debería llamarse Déjà vu. Buenas interpretaciones de las dos protagonistas, especialmente de la joven, aunque la transformación de su personaje es excesivamente artificial. Esto no es un fallo de la actriz, naturalmente.
Una premisa que podría haber dado buen resultado pero que termina completamente desaprovechada, estirada, artificial y redundante.