Está claro que esta no es la película más personal de Alex de la Iglesia. No se aprecian sus rasgos más que en algunos momentos contados. Sin embargo, tenemos una película de lo más aceptable. Una buena adaptación, rodada con pulso y con buen ritmo.
No era nada fácil, la novela tiene una gran cantidad de conversaciones sobre matemáticas especializadas (más allá de las matemáticas de salón a lo Fibonacci que despliega de vez en cuando) y todos sabemos que matemáticas y cine no son una buena mezcla. Como entrar en detalles suele ser tedioso se suele reducir y simplificar hasta límites ridículos. Sin embargo, exceptuando algún aspecto sonrojante como el del squash, considero que se mantiene un equilibrio muy aceptable entre seriedad y entretenimiento. Este para mí era el punto más complejo. Al fin y al cabo, es fácil manejar una trama de asesino en serie, estaba claro que por aquí no habría problema y que tampoco sería esto lo que hiciera especial al film.
El aspecto más resbaladizo del guión, y de la novela, está en las casualidades que se despliegan para que funcione la trama. Tres símbolos pensados al azar por el profesor y por la conveniencia de la muerte del músico resultan coincidir con el 1,2,3 de los pitagóricos, nada más y nada menos. Claro que cuando una película trata expresamente, entre otras cosas, sobre la fina frontera entre la casualidad y la causalidad, es difícil achacarle nada en este sentido. En todo caso, está claro que su argumento es ingenioso.
El trabajo de los actores es adecuado aunque no sobresaliente. John Hurt elabora un estupendo profesor Seldom que en algún momento llega a resultar algo paródico. En cuanto a Elijah Wood, y el oportuno cambio a personaje norteamericano, lo de siempre: este chico nunca terminará de librarse del poder del anillo. Algún primer plano de sus ojos da la sensación de que el pobre tuviera de frente al mismísimo Sauron. En todo caso no está nada mal. Leonor Walting cumple de sobra como siempre.
Alex de la Iglesia, como digo, no quiere destacar demasiado en esta película, aunque vemos su sello en la excepcional escena del matemático amputado que yo la clasificaría en algún punto entre Aronofsky y Jeunet. En otro momento intenta un glorioso plano secuencia que le queda un tanto atropellado. El final en la sala de falsificaciones no desmerece nada. No está mal, se le nota aún algo fuera de su ambiente pero hace un buen trabajo.
Una buena película creada con inteligencia y sensatez. No pasará a la historia.
¿Por qué el profesor Andrew Wiles resolviendo (erróneamente, eso sí) la demostración del último teorema de Fermat en el 93 se convierte en la película en un tal Wilkes demostrando el teorema de un tal "Bormat"? ¿Problemas legales? Resulta un poco ridículo incluir un hecho histórico en la película para luego esconderlo con nombres inventados.