El rasgo más significativo de esta
multipremiada película rumana es su incapacidad para sorprender. Con la primera
imagen; un simple plano general, algo inestable, abiertamente
asimétrico, con una composición a su manera convincente y con una
textura de mucho grano; nos da una idea asombrosamente exacta de por
donde va a ir la estética y el tono de la película. Y tenemos esa
idea exacta porque nada en la dirección de Florin Serban es nuevo,
ni siquiera como mix de fuentes. Su estilo es sólido, muy correcto,
denso y coherente. Pero también podemos decir que es el mismo que
infinidad de realizadores festivaleros, liderados quizá por los
Dardenne, han utilizado ya antes que él. Un afinado imitador, pues.
Vemos una pequeña inmersión en los
pormenores del sistema penitenciario rumano. Un estudio sencillo, sin
demasiadas pretensiones, que quiere poner de relieve las
contradicciones sociales y la tragedia humana. Lo consigue de un modo
cerebral, aunque emocionalmente resulta bastante plana y muy lejos de
los citados Dardenne, por poner un ejemplo. No es tampoco un concepto
demasiado nuevo que nos pueda aportar algo.
Para colmo, en la recta final, el
desarrollo se torna pesado, reiterativo y roza peligrosamente el
absurdo. En definitiva, una obra de artesanía interesante que entra
bien por los ojos, pero que, por su falta de personalidad y por sus
contenidos conocidos, difícilmente nos dejará algo en la memoria.