Rian Johnson había levantado muchas expectativas con su primera película. Más de un crítico esperaba, como un buitre al acecho de su presa, a que terminara su segundo largometraje para emitir un veredicto de confirmación o condena. Lo cierto es que la sensación final que deja The brothers bloom es bastante agridulce, pero se acerca más al notable que al aprobado. Desde luego, no se puede negar que el chico tiene talento para esto del cine y que hace películas con un sello propio, aunque recuerda al de otros directores inmediatamente anteriores a su generación.
Bloom y Stephen son los típicos timadores con encanto, pero además parecen poseer una especie de principios morales profesionales. Además de engañar a las incautas victimas, les hacen vivir complicadas aventuras. No resulta difícil identificar en sus acciones la ética del prestidigitador. Harto de llevar una vida de engaños, el hermano menor decide abandonar, pero Stephen no parece dispuesto a renunciar al negocio familiar y le propone dar un último golpe para que se replantee su decisión. El objetivo será Penélope, una excéntrica millonaria que vive encerrada en su mansión de Nueva Jersey.
Dejando a un lado todas las especias con las que el director sazona la trama, la historia de la película es el típico cuento de enredos y timos, con sus incesantes vueltas de tuerca. Aunque no cuenta nada nuevo, al menos no trata de engañar al espectador, como bien apunta mi compañero Sherlock. Se nota que antes de dirigir Johnson ha sido espectador y como tal no ignora que no somos idiotas. En este difícil equilibrio consigue avanzar el desarrollo del plan de los hermanos por medio mundo hasta su conclusión, aunque la pretendida montaña rusa argumental está plagada de altibajos. En cualquier caso, logra que mantengamos el interés sobre la verdadera naturaleza del engaño final.
Por un momento la película vuelve a retomar la estética de Brick. Me refiero a esa primera fiesta en el local nocturno. Incluso hacen un par de apariciones -a modo de cameo- los protagonistas de la primera película de Johnson, pero el ambiente noir solo reaparece en contadas ocasiones. El director ha preferido recurrir a una fotografía plástica algo surrealista pero que no termina de desmadrarse. La estética de la película recuerda mucho a la de los films de Wes Anderson, aunque a más de uno también le vendrá un ligero dejá vu a Tarantino y al Tim Burton de Big Fish. Desde luego, esos toques de humor del escenario están muy trabajados. Sin ir más lejos, el momento en el que se repasan las aficiones de Penélope o el primer golpe infantil de los hermanos. Ayuda mucho la banda sonora de Nathan Johnson.
Tampoco se quedan atrás los personajes excéntricos como mecanismo de comedia, sobre todo a través del recurso al vestuario. Caricaturas como la de Diamond Dog o Bang Bang parecen sacadas de un comic. Comedidas actuaciones principales de Mark Rufallo y Adrien Brody, a los que acompaña una más que convincente Rachel Weisz sacando a la luz su vis cómica. Un divertidísimo y muy nipón personaje de Rinko Kikuchi -que parece estar condenada al silencio cinematográfico- y las convincentes apariciones de Robbie Coltrane y un magnífico Maximilian Schell terminan de conformar un equipo de actores solvente aunque algo descafeinado en el caso de sus protagonistas, sobre todo Brody.
¿Esperábamos más de la nueva película de Rian Johnson? Sin duda. ¿Se puede hablar de fracaso artístico? En ningún caso. ¿Tendrá éxito entre el público o pasará sin pena ni gloria? Solo el tiempo lo dirá. Desde luego, si su intención era dar una nueva vuelta de tuerca al género tal y como lo hizo con el cine negro en su anterior película, no lo ha conseguido. Su comedia de aventuras con toques de drama no llega tan alto. En cualquier caso, The brothers Bloom es un producto entretenido y muy estimable, aunque podría ser algo más fresco y con más ritmo. La juventud de su director le deja tiempo para ofrecernos grandes películas en los próximos años.