Con la rabiosa y dinámica capacidad de montaje, un ritmo insolente y una poco real pero decente historia de mundos enfrentados, Slevin es el personaje que a todos enamora con el dulce toque de Lucy riéndole las gracias.
Curiosa, pero lo suficientemente hábil como para no dejar caer al espectador en la pregunta de esto y aquello, con viejos trucos de no enseñar, y una inteligente puesta en escena sin abusar de tiempo en el detalle, se muestra muy bien trabajada, agradable y llena de suspiros de vitalidad que la salvan de ciertos momentos en los que la exageración se perdona con los adornos.