La trama de la película responde al
esquema básico de cualquier novela de Jane Austen o, en general, a
todo el cine que se ha venido haciendo ambientado en la época
georgiana. Aunque por encima del puro hilo argumental, la película
viene a adentrarse de lleno en la poesía romántica, apoyándose en la
figura de John Keats, que, como tantos otros poetas de su corriente,
no sólo escribía con esta tendencia, sino que también vivía de un
modo completamente coherente con su pensamiento.
Por esta razón, este personaje es una
excusa perfecta para ahondar en el romanticismo, el amor desmedido,
las emociones por encima de la razón, el sentimiento sobre el
pragmatismo. Y aunque el personaje de Keats es quien representa el
modelo perfecto de esta corriente, es con el personaje de ella con el
que la película avanza, la transformación del ingenio inteligente y
la pura curiosidad, al sentimiento en primera persona, a través de
las más intensas vivencias emocionales.
Abundan los simbolismos, a veces
demasiado evidentes (la hoja muerta, las flores...) y los retratos de
los diferentes tipos de personalidad se pueden llegar a pasar de
arquetipos, pero ese es el juego desmedido que tenemos que aceptar o
no.
Una buena fotografía habitual del
género, jugando con la vegetación de la zona (las ramas, el
colorido floral, las verdes praderas) y con la reducida profundidad
de campo que consigue texturas siempre elegantes sobre las que sólo
puede aparecer un verso con la caligrafía de pluma que parece ser
siempre la misma.
Una buena película de Jane Campion,
que funciona básicamente en clave emocional.