Crítica de la película Stillleben por Olmo

La sobremesa es uno de los momentos más agradables del día. Para hacer una buena digestión, qué mejor que una sobremesa a tiempo. Con o sin compañía, infusión o en domingo preferiblemente y con una película en el sofá. Quién no ha probado alguna vez este clásico, ¿verdad? Y si de cine es de lo que hablamos normalmente, ¿qué tendrá que ver la sobremesa con esta postcrítica? Les explico. Yo quería hacer la postcrítica de una película, Still life, presentada en la sección Nuevos Directores de Zabaltegi del Festival de San Sebastián. Resulta que me han puesto una peli de sobremesa (de calidad, eso sí). Y ahora no sé cómo arrancar porque claro, para ver cine uno va al cine, para ver pelis de sobremesa uno se queda en casa. Se me ha quedado la cara de tonto. Como a casi todos los que han compartido sesión conmigo.

Vayamos pues al lío. Resulta que esta película austríaca no es ni más ni menos que un film menor y considero que no es merecedora de estar en un festival, está más cerca de ser un producto televisivo que otra cosa. El concepto de cine se le ha olvidado a su director y ha destacado por la ausencia de captación. El espectador se hunde después del primer cuarto de hora ya que no te ofrece mucho más el resto del largometraje. Ni conecta, ni se asoma. Es más, se repite y se repite. Uno va perdiendo el interés con un argumento muy interesante pero que no avanza, se atasca, no evoluciona. Por eso, si desconectas diez minutos para mirar a las musarañas, tranquilo, volverás diez minutos después y no habrá pasado nada. Y de pasar, será algo sin importancia. Ni lágrimas, ni denuncia, ni espasmo. Ni siquiera unas pequeñas cosquillas. Falta de evolución.

Si bien el final es un último intento de salvar la cinta, ya nos encontramos en una fase de la película que se convierte en una familia jugando al escondite. Por favor, con el billete de vuelta.