Más que una secuela, esta es la clásica segunda parte de "ya tenemos dinero", que viene a repetir y ampliar. Como Terminator 2, como Desperado. Básicamente, girar sobre la misma idea pero ahora ya, con los recursos económicos que no había en la primera parte. La esencia es la misma, una premisa de política ficción, que sirve para denunciar el impacto de la violencia sobre las clases bajas y como puede servir a propósitos de control por una -no diré la palabra de moda- élite.
Es curioso que, mientras la película delata ciertos males del capital, padece algunos derivados de tener más presupuesto (tampoco excesivo, ha pasado de unos irrisorios 3 M$ a unos modestos 9 M$). El más sangrante de ellos es su necesidad de explicar cada cuestión como si el público fuera estúpido, algo que probablemente llega de la intención de asegurar un taquillazo que respalde su nuevo presupuesto. Esto es algo que en la primera parte no ocurría, no al menos de manera tan palpable. Se explica cada detalle de cada situación -normalmente los propios personajes hacen preguntas del tipo "¿Qué está pasando?" para que alguien explique lo que, por otra parte, ya estamos viendo. En cuanto al mensaje político, tenemos unos fabulosos vídeos online que dan la matraca de la manera más explícita posible, después, los personajes lo confirman, y ya hacia el final tenemos un discurso acerca del libre mercado y demás. Sin lugar a dudas, este es el mayor lastre de la película.
Gracias al nuevo presupuesto, tenemos una visión de toda la ciudad, no solo de una casa. Esto la convierte en un survival urbano muy divertido, en la línea del 1997: Rescate en Nueva York de Carpenter, salvando las distancias. Los villanos se presentan pronto, y prometen. Da pena que no se desarrolle un poco más el terror punk de los enmascarados o la terrible encarnación de la ultraderecha americana, con su gorra con banderita desgastada. Ninguno llega al carisma psicópata del villano de la primera parte, pero tienen fuerza.
También tenemos pronto al héroe, que se las sabe todas, con un oscuro encargo por resolver. Las cartas boca arriba desde el principio para disfrutar de una ritmosa acción callejera, miembro por derecho propio de la nueva serie B americana. Un objetivo, un terreno de juego, un arsenal de armas, y las reglas bien claras: no hay reglas hasta que suene la sirena. Con una cuenta atrás que siempre se agradece. Con ecos de Perseguido en su secuencia de show grotesco.
Resulta curioso, y probablemente sintomático de nuestros tiempos, que hayan coincidido dos películas fantásticas -ésta y Snowpiercer- que giran en torno a la crítica del sistema, que ponen en duda los cimientos del capitalismo y atacan la violencia estructural hacia las clases bajas. Incluso coinciden en plantear un control de la población a través de la violencia, y en ambas, a través de una justificación que persigue la estabilidad. Ya no hablamos de películas documentales, que en estos últimos años han proliferado en torno a este tema; ni de ficciones sobre la realidad como El lobo de Wall Street; hablamos de cine de género, de entretenimiento, en el que los nuevos villanos son los poderosos, los neoliberales, los ricos sin escrúpulos. Probablemente, porque es lo que mejor recoge el sentir de una parte importante de los espectadores.