Banderas de nuestros padres es la primera parte del díptico de Clint Eastwood sobre la batalla de Iwo Jima (especialmente recordada por una de las más bellas fotografías bélicas de la Historia, tomada por Joe Rosenthal). Es, también, de las dos visiones que nos ofrece, la que menos interés despierta en mi.
Es así porque la intuyo más normalita, más conocida. Sobria, sí. Pero probablemente sin brillar. Sin aportar demasiadas nuevas ideas a los muchos acercamientos que sobre el falso heroísmo ya ha hecho el cine americano más o menos reciente, y sin aportar tampoco un plus de brillantez o ingenio en ese retrato.
De todos modos (¡por supuesto!), va a ser una buena película, que no lo dude nadie. Eastwood tiene un listón y de ahí para abajo es extremadamente difícil que caiga. Algunas de sus características más reconocibles van a estar ahí: su ritmo tranquilo, su clásica puesta en escena, la supeditación de la cámara a aquello que narra, su cuidado extremo de la luz, sus personajes íntegros, su verdad.
Es cuando menos llamativo que esta fuera realmente la película que metió de lleno a Eastwood en la aventura de Iwo Jima. Esta es la película que, de manera única, iba a rodar en un comienzo. Sin embargo, intuyo que la cinta más perfecta de las dos va a ser, curiosamente, la segunda: Cartas desde Iwo Jima.